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lunes, 10 de enero de 2011

Quique y yo

1 - En el campo

Como no vivía muy lejos de las escuelas donde estudié, aquel domingo di un paseo hasta allí, visité la iglesia donde había oído tantas misas y me asomé a ver los patios. Nadie me dijo nada. Nada había cambiado sustancialmente.

Bajé la escalinata que llevaba a la puerta del campo de fútbol y vi a mucha gente. Allí jugaban mis compañeros durante todo el recreo. Yo no; nunca me gustó el fútbol y pasaba el tiempo hablando con mis compañeros de otras cosas. Me acerqué a la barandilla que delimitaba el campo y me eché en ella a mirar. Los chicos jugaban imitando a los profesionales y, con toda seguridad, más de uno tenía en su mente el llegar a ser un jugador profesional.

En realidad, estuve haciendo todo el tiempo lo mismo que hacía cuando estudiaba: fijarme en las piernas de los chicos, en sus cabellos, en sus expresiones…

- ¡Uy! – oí a mi lado - ¡Casi se la mete!

Miré sonriente a ver quién había dicho aquella frase que me había parecido tan graciosa y unos ojos ilusionados me miraron fijamente.

- ¿Lo ha visto? – me dijo - ¡Casi marca! ¿Usted de qué equipo es?

- ¿Yo? – reí -; imagino que del mismo que tú: del equipo del colegio.

- ¡Sí! – exclamó –; son buenos, aunque no tanto como los que jugaban cuando yo estudiaba aquí.

- ¿Has estudiado aquí?

- ¡Sí, sí! – seguía mirando las jugadas -, pero ya estoy en la facultad.

- ¡Ah! – exclamé - ¡Me parecías muy crecidito para estar estudiando aquí o haber terminado hace poco! ¡Yo también estudié aquí!, pero de eso hace ya mucho.

- ¡Vaya! – me miró desilusionado - ¡Se quedó en empate!

- ¡Ya ganarán otro domingo! – dije - ¿Vendrás a verlos el domingo que viene?

Me miró muy extrañado y pensativo.

- ¿El domingo que viene? – preguntó - ¡Cada domingo juegan en un campo distinto! Ya no jugarán aquí hasta el otro domingo.

- ¡Ah, claro! – disimulé - ¡Qué cosas tengo! Sólo te lo decía por saber si ibas a estar y ver el partido juntos.

- ¡El domingo que viene no! – dijo seguro -, pero el otro, si viene antes de que empiece, lo espero en la puerta. Si viene más tarde… ¡siempre me pongo por aquí! ¿Cómo se llama?

- Isidoro, chico – puse mi mano en su hombro -, pero no me gusta que me hablen de usted. Me hace sentir viejo.

- ¡Pues no me pareces un viejo! – dijo mirándome atentamente -. Yo me llamo como mi padre, Quique, pero mi padre está calvo y es canoso ¡Seguro que tiene más años que tú!

- ¡Te apuesto lo quieras a que tiene menos!

- ¿Cómo sabes eso? – me miró incrédulo -; mi padre está calvo y canoso; tú no.

- Yo tengo el pelo como mi padre, ¿sabes? – le dije -; cuando murió era bastante mayor y ni estaba calvo ni estaba totalmente canoso. Eso suele venir de familia.

- ¿De familia? – se llevó las manos a sus cabellos - ¡Eso significa que me quedaré calvo y canoso muy joven!

- ¡No siempre es así, Quique! - puse mi mano en sus cabellos suaves -; con el pelo que tienes, creo que tendrás una buena cabellera. Lo de las canas y la falta de pelo, que se llama alopecia, es un símbolo de los hombres maduros ¡No es un defecto de las personas! Digamos que yo soy la excepción.

- ¿Eres muy mayor?

- Lo que sí puedo asegurarte es que cuando estudié en este colegio, los curas sólo dejaban niños ¡Nada de niñas! ¡Las niñas con las monjas! ¡Y de eso hace mucho tiempo!

- ¡Jo, qué suerte! – creo que se le escapó - ¡Sólo chicos!

- ¿Qué pasa? – me paré frente a él - ¿Es que te molestaron mucho las chicas o es que te molestan?

Me miró casi asustado y agachó luego la cabeza, pero no contestó.

- ¡Eh, Quique! – le levanté la barbilla - ¡Ni es malo que prefieras estar sin compañía de chicas ni las estoy poniendo de malas a ellas! Tú mismo vives gracias a que una chica se casó con tu padre ¡La vida es así!

- ¡Jo, lo será!, pero prefiero a mis amigos.

2 – En la calle

- ¡Bueno, chavalote! – le tendí la mano - ¡Me ha encantado conocerte! Nos veremos dentro de dos domingos.

- ¿Ya te vas? – se extrañó -; cuando vengo con Fredy siempre acabamos tomándonos unas cañas ahí enfrente ¡Te invito a una!

- ¿Ves, Quique? – le sonreí sinceramente - ¡Ahora me siento como un joven amigo tuyo, no como tu padre!

- ¡Bah, mi padre es un viejo! – atravesamos la calle -; no le gusta nada más que la tele. No viene nunca conmigo al cole a ver el fútbol ni sale a tomar una cerveza… ¡Ni siquiera con amigos!

- Cada uno tiene sus gustos, Quique – le dije - ¡Es tu padre y, aunque no te guste su comportamiento, debes respetarlo!

- ¡Sí, lo respeto! – se acercó más a mí -, pero tú eres mi amigo, no mi padre ¿Tú tienes hijos?

- ¡No! – reí sonoramente -; no es que no me gusten, es que no me casé. Cuando salí de este colegio hice un curso preuniversitario en un instituto y luego me matriculé en Arquitectura…

- ¡Vaya, Isidoro! – nos acercábamos a la barra - ¡Eres arquitecto!

- ¡Bueno, no! ¿Qué estudias tú?

- ¡Pues eso! ¡Arquitectura! – dijo orgulloso - ¡De momento no se me da mal!

- Pues a mí tampoco se me dio muy mal, la verdad – comenté -, pero cuando iba a terminar, alguien dijo que iba a estudiar Bellas Artes y ¡me matriculé en Bellas Artes! Cuando íbamos a terminar Bellas Artes, dijo que iba a estudiar Ingeniería ¡Me matriculé en Ingenieros! Cuando se acabó la carrera, desapareció y me quedé trabajando en un banco ¡No puedo quejarme!, pero nunca he sido ni arquitecto, ni nada ¡Banquero!

- ¿Era… - pensó - …era un amigo o una amiga?

- ¡Un amigo, Quique! – fui sincero -, pero ni me abandonó ni nada de eso. Cada uno tiró por un lado y ya está. Luego hice buenos amigos ¡No estoy solo! ¡Aunque viva solo!

- ¿Vives solo? – exclamó - ¡Jo, qué envidia! Hasta que no acabe la carrera y encuentre un buen trabajo, tendré que estar con mis padres. Niño ve a por esto, niño no llegues tarde, niño no fumes… ¡Qué coñazo!

- ¡Espera! – le dije - ¡No me importa que bebas alcohol! ¡Eso lo decides tú!, pero no te pases, ¿vale?

- ¿Ves? – entornó los ojos pensando -; mi padre no me lo hubiera dicho así ¡Niño, me da asco de olerte a cerveza! Es que no le gusta, ¿sabes?

- Es cuestión de gustos…

- ¡Sí, eso será! – bebió el primer trago - ¡A mí no me gustan las chicas! ¿Y a ti?

¡Vaya, me estaba poniendo en un compromiso, pero me acaba de decir sin tapujos que no le gustaban las chicas! Tenía que ser sincero con él.

- ¡A mí tampoco, Quique! – dije -, pero es de lo que hablamos: de gustos.

- ¡Tú eres guapo! – dijo bajando la voz - ¿No tienes pareja?

- ¡No!

- ¡Vaya! – exclamó como triste - ¡Con lo bien que se debe vivir contigo!

- ¿Qué dices Quique? ¡No me conoces! ¿Y si soy un ogro?

- ¿Tú un ogro? – rió - ¡No estarías aquí aguantándome! Soy insoportable ¡Hablo demasiado, Isidoro! ¡Acabarías durmiendo con tapones en los oídos y poniendo una barrera en la cama entre los dos o poniendo dos camas separadas!

Tuvo que notármelo. Miré disimuladamente alrededor. Quique me estaba planteando una situación de convivencia con él mismo como el que plantea un problema de aritmética.

3 – Demasiada gente

- ¡Joder, coño! – exclamó - ¡Parece que hoy todo el mundo se mete en este bar!

- ¡Es el que está enfrente del campo! – le dije - ¿Por qué te extrañas?

- ¡No sé! ¡Nunca entra aquí tanta gente! ¡Me molesta! ¿Te importa que nos vayamos a otro sitio más tranquilo?

- ¡No! – dije - ¿Por qué iba a importarme? Además, este bar está muy viejo y sucio ¡Fíjate! ¡Ya existía cuando yo tenía tu edad!

- ¡Joder, Isidoro! ¡Lo dices como si fueras un viejo! Yo te veo joven y guapo – me miró pensando - ¡Me gustas! Eres elegante y hablas conmigo como un verdadero amigo, no como… ¡otros! Ya te digo que mi único problema es que hablo por los codos ¡Me paso!, pero es que hoy quiero saber mucho de ti ¡Me da la sensación de que el próximo domingo no te veo!

- ¡No digas eso! – me paré compungido - ¡No dejaría de venir a verte por nada del mundo! ¡Tú también me gustas!, ¿sabes? ¿O es que piensas que eres el único al que le gustan los tíos?

- ¡Jo, lo siento! ¿Ves? ¡Siempre meto la pata! – me cogió las manos - ¡Perdóname, no he querido decir eso! ¡Vamos! ¿Tienes cerveza en tu casa?

- ¡Eh, eh, espera pillo! – le puse la mano en el pecho - ¿Estás intentando venir a mi casa por algo? ¡Cerveza hay en cualquier sitio!

- ¡Sí, pero cualquier sitio no es tu casa! – dijo muy seguro - ¡Y yo quiero que me lleves a tu casa!

- Quique… - tuve que meditar - ¿Me estás diciendo que te gustaría ver dónde vivo o que quieres venirte conmigo a mi casa? ¡Ya me entiendes!

- ¡Pues tú sí que no me entiendes a mí y ya eres bien mayorcito! – me sonrió - ¡Te estoy diciendo que me encantaría estar contigo a solas en tu casa! ¿Te molesta eso?

- ¡No, no! ¡Claro que no! – me asusté - ¡Es que me lo dices así… sin anestesia…! Se supone que debería ser yo quién te dijera disimuladamente… «¿Quieres conocer mi casa, Quique?».

- ¡Anda, anda! – hizo un gesto con la mano - ¡Eso está muy pasado, Isidoro! Una cosa distinta es que yo no te guste. Me lo dices y ya está.

- Es que… es que… ¡me encantas!

- ¿Y a qué esperamos? – bajó la voz - ¡Llévame contigo!

No tuve que pensar mucho, aunque sí dudaba de que lo que iba a hacer fuese lo correcto.

- ¡Vamos, Quique! – le tendí la mano - ¡Vamos a casa!

- ¡Joder! ¡Creí que no me lo ibas a pedir nunca!

4 – Solos

- ¡Vaya, Isidoro! ¡Qué calladito te lo tenías! ¡Eres un tío de pasta, seguro! ¡Me encanta este piso! – se volvió a mirarme sonriendo - ¡No tanto como tú!

- ¿Sabes que me das miedo?

- ¿Miedo? – exclamó - ¿Lo dices porque hablo mucho?

- ¡No! – hice una pausa - ¡No! Te imaginaba pidiéndome ser mi pareja ¡Qué tontería!

- ¡Pues iba a pedírtelo antes! – dijo -, pero con tanta gente…

- ¡Déjame dar un paso antes que tú!, ¿no? – me reí nervioso -.

- ¡Bueno! – me sacó la lengua - ¡Dime que si quiero irme a la cama contigo, por ejemplo!

- ¡Quique! – me asombré - ¡Siempre te me adelantas en todo!

- ¡Pues sí! – dijo con naturalidad - ¡Como no empieces tú ya a desnudarme voy a empezar yo! ¡Tú verás!

- ¡No, no, espera! – lo miré muy de cerca - ¡Déjame esta vez dar el primer paso!

- ¡Sí! – susurró - ¡Bésame tú primero y acaríciame! ¡Yo empezaré después!

Comencé a quitarle la camiseta. Hacía calor. Pero antes de que se la sacase por la cabeza ya se había quitado las zapatillas y se estaba desbrochando los vaqueros.

- Si tú te vas quitando lo tuyo – dijo -, acabaremos antes ¡Pero quédate en calzoncillos! ¡Luego nos desnudamos!, ¿vale?

- ¡Vente conmigo, amorcito! – lo abracé - ¡Esta vez no te me adelantas!

Lo besé con dulzura y sentí su dulzura; en mi boca y en mi entrepierna. Nos estábamos acariciando y ya casi nos estábamos haciendo una paja.

- ¡En la cama, Isidoro!

- ¡Sí, vamos a la cama! Creo que vas a disfrutar mucho de este maduro que te gusta y puedo asegurarte que me vas a hacer muy feliz.

- ¿Y cuando follemos la primera vez…. se acabó?

- ¡No, mi vida! – casi se me saltan las lágrimas - ¡Ni siquiera vamos a esperar dos domingos para vernos! ¡Esta es tu casa! ¡Será nuestra casa si quieres!

- ¡Sí, claro que quiero! – me besaba como un adulto -, pero con una condición. Dejaré a mis padres y trabajaré para venirme contigo. Pagaré todo a medias.

- ¡No, no, mi niño! – ya estábamos unidos - ¡El mes que viene me jubilan con anticipación. Tendremos dinero para los dos. De momento, quiero que seas arquitecto ¡De los buenos! ¡No como yo!, que soy un simple banquero.

- Tú fóllame ahora – susurró – y cuando sea mayor, yo pagaré todo para ti, mi vida. Seré arquitecto para meter mucho dinero en esta casa ¡Para ti! ¡Déjame, te lo pido!

- Como siempre, charlatán maravilloso – le dije riendo -, te me adelantas. Ahora no hables, que tienes la boca llena. Sigue, sigue, que luego me toca a mí; aunque siempre vaya detrás de ti.












Autor del relato : Anonimo

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