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lunes, 10 de enero de 2011

Patrón y grumete

Volver a aquel apartado pueblecito de la costa era lo que más gustaba en el mundo a don Andrés. Significaba escapar del estrés de su vida en la ciudad, de la empresa, de los empleados perezosos y los clientes insatisfechos, y volver a la paz, la brisa marina y las excursiones en el viejo barco.

Los últimos años habían sido una auténtica montaña rusa. Se había casado muy joven y había tenido un matrimonio feliz, a pesar de que los niños nunca llegaron. Un día Don Andrés, así le llamaba todo el mundo en la empresa donde era director, conoció al joven que cambió su vida. Sólo ahora que había pasado tanto tiempo podía darse cuenta de que había perdido completamente la cabeza por aquel chaval. Toda su vida había cambiado desde el momento en que dio el paso de subir a aquella habitación de hotel, se había desnudado y se había metido en la cama con otro hombre. Rápidamente se hizo adicto a aquel cuerpo joven, al tacto de su piel, a sus caricias y al sabor de su sexo.

Cuando horas más tarde hacía el amor con su mujer, lo torturaba el recuerdo de las sensaciones tan vivas de follar con aquel chico, y volvía a excitarse pensando en los gemidos del joven mientras lo penetraba una y otra vez.

Su mujer nunca notó nada raro, ni siquiera la desesperación de don Andrés cuando aquel chaval se cansó de él, o quizá se cansó de esperar algo más, quién sabe. Entonces sí que se volvió loco. Pero tras un breve periodo de depresión y de pérdida de interés en el sexo, el respetado Don Andrés comenzó una nueva vida, la doble vida del ejecutivo felizmente casado que en sus ratos muertos se dedica a follarse todos y cada uno de los cuerpos apetecibles de varón que se le ponen a tiro.

Y aquella era una vida plácida y feliz, sin mayores contratiempos. Don Andrés aprendió que no tenía nada que temer de la discreción de sus eventuales compañeros sexuales. Sin embargo, una amiga de su mujer, una mala amiga, lo echó todo a perder. Le fue con el cuento y todo aquello terminó. Andrés lo sintió mucho porque de verdad quería a su mujer. Tras el divorcio, su apetito sexual se avivó más aún y no hubo práctica o variante sexual que no probara.

El último mes había sido duro en el trabajo y Andrés necesitaba escaparse al pueblo. Había llegado el viernes por la noche para dormir en el viejo chalet en el que había disfrutado de tantos veranos junto a su mujer. A la mañana siguiente madrugó, y a primera hora ya estaba poniendo el barquito a punto.

Mientras andaba con los preparativos vio pasar a un joven de unos veinte años por el muelle. El joven se dirigió directamente a una lancha pequeña que se encontraba atracada junto a su velero. Le sorprendió porque aquella lancha era de unos conocidos suyos. Al pasar a su lado no pudo evitar quedarse mirándolo.

-Hola- saludó el chaval.

Andrés se quedó algo confundido y apenas atinó a devolver el saludo.

El chico respondió: -¿Es que no me reconoces?

Andrés se quedó desconcertado, sólo esperaba que no fuera uno de los jóvenes que se había tirado últimamente en la ciudad. De alguno de ellos no había llegado a saber ni el nombre. –Pues la verdad es que no tengo ni idea de quien eres- le contestó mientras miraba a un lado y al otro para comprobar si alguien estaba observando la escena.

El chaval rió: -Es normal, hace años que no me ves. Vengo a ver cómo anda la lancha de mis padres.

Andrés no daba crédito a sus ojos: -¿Eres Aitor?¿El pequeño Aitor?- Hacía lo menos ocho años desde la última vez que había coincidido en vacaciones con sus vecinos del pueblo y no había tenido ocasión de ver la transformación de Aitor el niño en Aitor el hombre. Ahora era un joven apuesto, tan alto como él, había echado unas espaldas anchas y unas piernas musculosas. -¡Pero si estás hecho todo un hombre, con toda la barba y pelos en las piernas, ja ja!

Aitor rió ruborizado. Efectivamente los shorts que llevaba permitían ver que era bastante velludo

Andrés le tendió la mano: -Cuéntame, ¿qué es de tu vida, sigues estudiando o qué?

-Sí,- replicó Aitor –este año empezaré el segundo curso de Empresariales.

-¡Parece mentira, cómo pasa el tiempo! Todavía me parece verte en el jardín de al lado jugando con la pelota.

Ambos rieron.

-Bueno,- continuó Andrés –voy a seguir poniendo un poco de orden aquí– dijo señalando su velero -quiero salir a la mar en veinte minutos.

-¿Necesitas ayuda?

-No, gracias, ya me apaño –contestó Andrés –son sólo tres o cuatro cosas.

-Está bien, como quieras –la respuesta de Aitor dejaba entrever cierta decepción. Andrés volvió a su tarea, pero se quedó pensando; parecía que el chaval se había quedado con ganas de continuar la conversación, pero su objetivo era salir cuanto antes a navegar y no quería entretenerse.

Mientras terminaba de revisar los cabos, con el rabillo del ojo observaba las evoluciones de Aitor. Tenía una sonrisa preciosa y un cuerpo que, en otras condiciones, habría hecho que por lo menos intentara un acercamiento. Pero Andrés nunca utilizaba el pueblo como campo de maniobras sexuales. No quería que los vecinos del pueblo chismorrearan, mientras que en la ciudad tenía más libertad para actuar a sus anchas. Además, era el hijo de unos buenos amigos.

Por fin terminó de arreglarlo todo y soltó amarras. Aitor acudió para despedirse, y nuevamente le preguntó si necesitaba ayuda.

Andrés volvió a rehusar con firmeza. No tenía ninguna intención de complicarse el día. Pero cuando ya andaba saliendo del muelle, algo le hizo recapacitar; quizá el rostro apenado del joven que se quedaba en tierra, o quizá la llamada aún lejana pero poderosa de sus instintos. Dio media vuelta y se acercó de nuevo.

-¡Oye! ¿Te apetece venir conmigo en el barco?, no me vendrá mal otro par de manos a bordo.

Al chaval le faltó tiempo para aceptar. Recogió su bolsa y subió a la nave con una sonrisa radiante.

Sacar el barco del puerto fue fácil para don Andrés, quien tenía años de experiencia en el mar y manejaba la lancha como si fuera un apéndice más de su cuerpo. Le encantaba sentir aquella gran masa flotante bajo su absoluto control. Mientras enfilaba la salida del puerto, pisaba a fondo el acelerador y notaba cómo la brisa marina golpeaba su cara y la impregnaba de minúsculas gotas saladas. El vaivén de las corrientes marinas balanceaba todo el barco y don Andrés notaba como todo su cuerpo se iba poco a poco activando. Abrió más las piernas para ganar estabilidad, mientras sus rodillas se flexionaban ligeramente y los muslos se ponían en tensión, apretados dentro de las bermudas.

Aitor observaba desde detrás las maniobras de don Andrés y no pudo dejar de admirar la fortaleza de los brazos que sujetaban el timón.

Cuando ya estaban afuera, en la costa, el patrón detuvo el motor.

-La vista es impresionante- dijo Aitor

-Sí, me gusta parar aquí. Podemos darnos un baño, el sol ya aprieta. ¿Qué te parece?-dijo, mientras echaba el ancla.

Aitor titubeó: -Pero, es que no he traído bañador.

-Ah, yo tampoco- replicó don Andrés- Prefiero bañarme desnudo. Además, aquí no nos ve nadie. ¿Es que nunca te has bañado en el mar en bolas?

-Sí, hombre- mintió Aitor, pero su rubor lo delataba.

-Pues entonces, ¿a qué esperamos?- y comenzó a desvestirse rápidamente. Don Andrés era consciente de la vergüenza de Aitor y la situación empezaba a producirle cierto morbo. Mientras se despojaba de la camisa, notaba la mirada de Aitor sobre su fornido pecho. Tras depositar cuidadosamente la camisa sobre uno de los asientos, se rascó distraídamente el abundante vello del torso. Luego bajo sus manos hasta el cinturón y empezó a desabrocharlo. En ese preciso momento, levantó la vista hacia Aitor y lo pilló mirándole descaradamente el paquete.

Al sentirse descubierto, Aitor desvió la mirada torpemente. Don Andrés se sonrió, había practicado este juego de seducción cientos de veces y sabía lo que significaba la actitud de Aitor. Entonces se bajó de golpe los pequeños pantalones junto con los boxer que llevaba debajo, y se mostró orgullosamente desnudo a su compañero de viaje. Su cuerpo, forjado regularmente en el gimnasio, era espléndido para sus 50 años. Unos pectorales fuertes, de los que se sentía especialmente orgulloso, coronados por sendos pezones oscuros y punzantes y un abdomen menos musculado pero igualmente revestido de un suave vello de color castaño que descendía hasta el pubis. Allí, enmarcada por sus poderosos muslos, se desperezaba una verga que a Aitor le pareció larga y sobre todo sorprendentemente gruesa.

-¿Tú no te desnudas?

-Sí, ahora- contestó Aitor. La impresión de ver el cuerpo desnudo del que había sido tantos años vecino de la familia lo había paralizado.

Don Andrés se paseó un rato más por la cubierta del barco, exhibiendo su virilidad satisfecha, antes de lanzarse finalmente al agua en un picado perfecto.

Aitor se quitó la camisa y, titubeando una vez más, también los pantalones y los slips. Se acercó desnudo a la borda; don Andrés lo miraba ya desde el agua. El chaval no estaba nada mal tampoco. Don Andrés se regocijó con la visión de aquel cuerpo joven, pero ya perfectamente desarrollado. Aitor también era de espaldas anchas y pectorales fuertes. Mientras descendía de espaldas por la escala, don Andrés no perdía detalle de su anatomía y se deleitó con las nalgas tan redondas y bien constituidas, entre las cuales se divisaban unas pelotas que le hubiera encantado atrapar directamente con las manos.

Pero sabía que no debía precipitar las cosas. Las maniobras de acercamiento sexual tienen un ritmo propio y no es conveniente forzar los acontecimientos. Así que estuvieron un rato nadando, charlando, disfrutando del frescor del mar. Ahora que el resto de su cuerpo estaba sumergido, don Andrés reparó en la belleza del rostro del chico. Sus ojos eran de un verde intenso y sus labios gruesos y carnosos. Daban ganas de darle un beso. El cabello, de un negro profundo, y empapado ahora de mar, se rizaba sobre su frente de forma adorable.

Don Andrés se sintió juguetón y decidió sumergirse. Cuando Aitor ya se preguntaba cómo podía aguantar tanto tiempo sin respirar, se sobresaltó al notar que un cuerpo se deslizaba entre sus piernas. Don Andrés emergió a la superficie, riendo por la sorpresa de Aitor, y también por haber aprovechado para tocarle los huevos al pasar entre sus piernas.

Pronto don Andrés decidió volver al barco. Mientras escalaba los peldaños notaba la mirada de Aitor clavándose sobre su cuerpo desnudo y chorreante. También se demoró después mientras se secaba y se tumbaba al sol en la cubierta, con Aitor ya a su lado, repitiendo todas sus acciones. Finalmente se espatarró boca arriba sobre una toalla, las piernas bien abiertas, permitiendo el acceso de la brisa a sus pelotas, las manos cruzadas bajo la nuca, mostrando sus axilas, con el pelo aún húmedo y brillante. Los ojos aún abiertos, porque quería ver cómo se secaba Aitor, y cuando éste se tumbó a su lado, don Andrés sintió una gran sensación de bienestar, y le apeteció dar un paso más. Deslizó su mano derecha hacia abajo y comenzó a masajearse la polla, de una forma apenas perceptible.

A su lado, se oía la respiración agitada de Aitor, que había decidido tumbarse boca abajo, quien sabe si por vergüenza a seguir mostrando su sexo al antiguo vecino de su infancia. Don Andrés reparó en la belleza armoniosa de las nalgas del joven, redondas, turgentes, recubiertas de un fino vello en su totalidad, guardando celosamente el agujero seguramente delicioso que se escondía entre ambas.

El sol pegaba fuerte y el pequeño Aitor no aguantó mucho rato tumbado, de repente se levantó y marchó en dirección hacia la cabina mostrándole la espalda: "Tengo sed. ¿No tendrás una coca-cola por ahí?"

Don Andrés hizo como que no le había entendido, solo con el propósito travieso de hacer que se diera la vuelta. Cuando Aitor se volvió para repetir su pregunta, don Andrés comprobó lo que ya sospechaba: entre los muslos del joven surgía una mediana erección.

-"Dentro hay una nevera, coge lo que quieras. Tengo coca-colas y cerveza". El joven marchó para dentro y localizó enseguida la nevera. Al abrirla encontró una gran variedad de latas de bebida. Cogió una coca-cola y distraídamente la abrió. A su lado, una pequeña ventana permitía observar la cubierta, donde don Andrés yacía desnudo, con su mano derecha plácidamente hundida en el bosque de vello de sus genitales.

Aitor se quedó cautivado por esta vista y cuando se quiso dar cuenta, ya tenía una erección completa. Con pavor comprobó que don Andrés se levantaba y acudía en su ayuda: "Aitor, ¿encuentras la nevera?"

El joven, nervioso, se tapó como pudo la tremenda erección con la mano izquierda, mientras con la derecha abría de nuevo la nevera, haciendo como que buscaba algo en su interior. Don Andrés apareció en la puerta, desnudo, magnífico, con media sonrisa en la boca: ""¿Encuentras lo que buscas? Déjame que te ayude", y pasó por el estrecho espacio que quedaba entre la nevera y el pasillo, para plantarse justo justo detrás del cuerpo trémulo de Aitor. Había tan poco espacio, que Aitor notaba el calor y la humedad de Andrés impregnando su espalda, sus glúteos.

Don Andrés depositó amistosamente su mano izquierda sobre el hombro desnudo de Aitor. "A ver qué tenemos aquí….". El joven estaba paralizado del miedo a que don Andrés reparara en su evidente erección. Este por su parte estaba disfrutando cada vez más con el juego; echó un vistazo al contenido de la nevera; no había gran cosa, pero un tarro de pepinillos llamó su atención.

-"Deberías probar estos pepinillos, son deliciosos, y muy refrescantes". Con suma habilidad había abierto el frasco y había extraído un pepinillo con los dedos. Lo dirigió hacia la boca de Aitor, que seguía tan paralizado como tieso su pene.

-"Yooo, estooo…" apenas abrió la boca, el hombre le introdujo el pepinillo entre los labios, mientras sentía como su propia polla cobraba vida rápidamente y golpeaba entre los glúteos de Aitor. En cuanto este terminó de masticar y tragar el pepinillo, vio que don Andrés hundía de nuevo sus dedos en el frasco de pepinillos, pero esta vez no extrajo ningún pepinillo, sólo sus dedos empapados.

-"A mí lo que más me gusta es el jugo. ¿A ti no? Pruébalo, es delicioso" y sus dedos chorreantes se introducían ya en la boca del joven, que empezó a chupar los dedos con auténtica gula hasta dejarlos bien limpios.

-"Ya sabía que te iba a gustar"- y luego la mano abandonó la boca y fue a posarse sobre el pecho del joven. "Sí que has crecido, Aitor, estás hecho todo un hombre" y la mano continuó su camino hasta interceptar la polla enhiesta del joven. "¿Verdad que te gusta esto también?" y comenzó una paja suave, pero constante.

Aitor no acertaba a contestar, sólo a emitir unos gemidos que animaron a don Andrés a seguir masturbándolo, mientras iniciaba un frotamiento de su propia polla contra las nalgas desnudas del chico.

Pronto aquella polla estuvo completamente dura y Don Andrés empezó a perder el control sobre su instinto de animal en celo. Dio la vuelta con rudeza al chaval y comenzó a comerle la boca con pasión, mientras sus dos manos recorrían el joven cuerpo una y otra vez.

El chaval se dejaba hacer, pero no terminaba de entregarse. Don Andrés deshizo el beso y lo miró frente a frente a los ojos mientras lo sujetaba por los hombros. Aitor no podía sostenerle la mirada y bajó los ojos avergonzado.

-"¿Te avergüenza lo que hacemos?- espetó don Andrés.

-"N-No"-musitó el joven.

Y como quiera que el chaval dirigía su mirada hacia abajo, hacia el miembro de Andrés, este le preguntó:-"¿Te gusta mi polla?"

-"E-es hermosa"- lo decía como embobado; era la polla más gorda que había visto en su vida.

Don Andrés le tomó una mano y se la llevó a la verga. El chico la acogió en su palma y percibió su cálida dureza, así como lo suave de la piel y una especie de latido que parecía brotar del interior.

-"¿Quieres probarla"- inquirió don Andrés.

Ante la duda del chico, al hombre se le ocurrió dar una vuelta de tuerca más. Cogió el frasco de los pepinillos y sumergió la punta de su polla erecta en el abundante jugo.

Le ofreció la verga chorreante a su joven amigo, quien rápidamente entendió lo que debía hacer; se puso en cuclillas y abrió bien la boca para acoger aquella criatura deliciosa en su interior. Luego comenzó a darle rápidos lametones que hicieron gemir a don Andrés.

Mientras el hombre comenzaba un movimiento de vaivén empotrando su verga una y otra vez en la boca de Aitor, éste se vio a sí mismo, desnudo, en cuclillas, comiéndole la polla a un señor que le doblaba en edad y su mente retrocedió a recuerdos de cuando era casi un niño; aquellas tardes de verano en las que espiaba a don Andrés desde la ventana de su cuarto, a solas, mientras don Andrés, el amigo de sus padres, se tumbaba a tomar el sol en su pequeña parcela.

Cuántas veces se había masturbado el pequeño Aitor en su cuarto observando a su vecino desde la ventana. Deseando poder tocar aquel cuerpo viril, deseando ver por fin lo que había debajo de su minúsculo bañador.

Más de una vez había tenido la sensación de que don Andrés le veía desde su jardín y ese simple pensamiento había logrado que el chico se corriera irremisiblemente. Pero eso no lograba aplacar la lujuria de aquel adolescente, y simplemente ver cómo don Andrés se acariciaba casualmente el vello del pecho, o no digamos si llevaba su mano dentro del bañador para colocarse el paquete, aquello bastaba para que naciera una nueva erección.

Aquellos pasatiempos adolescentes de verano terminaron cuando Aitor empezó a ir a la Universidad y dejó de frecuentar la casita del pueblo. Pero una sorprendente revelación había traído de nuevo a don Andrés a la vida de Aitor: el matrimonio de sus padres entró en crisis cuando su padre descubrió que era estéril y su madre admitió, entre lágrimas, que Aitor era fruto de una relación extramatrimonial de una noche y que el verdadero padre de Aitor era…. su vecino de la casa en el pueblo, ¡don Andrés!

Así que Aitor había decidido conocer mejor a su verdadero padre, pero nunca pensó que del contacto con él renacería ese deseo que creía olvidado. Y ahora estaba ahí, en cuclillas, comiéndole la verga a su padre mientras se masturbaba a si mismo, y de pronto notó que don Andrés se ponía a resoplar y que la verga dentro de su boca se endurecía todavía más, y una riada de lefa inundó su boca, en varias explosiones, desbordándose por las comisuras de los labios, mientras al sabor del semen de su padre, Aitor explotaba también en un violento orgasmo, de una intensidad tal que tuvo que hincar las rodillas en el suelo del bote, vencido, pero aún sus labios amarrados al tremendo mástil que destilaba ya sus últimas y deliciosas gotas

Don Andrés empezó a recuperar la compostura tranquilamente, mientras Aitor trataba de encajar las piezas de aquella situación que estaba viviendo. Miró hacia arriba al cuerpo desnudo del hombre que lo había engendrado, y especialmente a las bolas peludas que colgaban junto a la verga y de las que sin duda había salido en su momento el propio ser de Aitor. No sabía qué pensar. Realmente no era lo que tenía previsto cuando había decidido conocer mejor a su verdadero padre.

Este, por su parte, había disfrutado como pocas veces de la seducción del joven y estaba eufórico. –"Esta ha sido buena, ¿verdad? Pero prepárate, que cuando volvamos a puerto te llevo a mi casa y allí te follo como está mandado".

El chico quedó aún más aturdido, especialmente cuando sintió que su verga se despertaba nuevamente al oír las palabras de su padre. Definitivamente el día iba a ser largo.











Autor del relato : Anonimo

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