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miércoles, 12 de enero de 2011

Encantamiento (1)

A veces hay cosas que sientes, aun sin verlas, puedes sentirlas, sobre la piel, dentro, muy adentro, ocultas, dormidas, y cuando despiertan la sensación es abrumadora, excitante, extasiante, pletórica. Yo lo descubrí hace siete años. La primera vez que lo sentí fue cuando el llego a mi apartamento y suspire al abrir la puerta. El es mi mejor amigo, John, y solo es mi mejor amigo… al menos hasta que pueda cambiar ese pequeño e insignificante detalle; los irlandeses dicen que la negación es el arma más poderosa, y yo me niego a no intentar hacer que me quiera, como si negar que algo no pudiera ocurrir hiciera que eso se materializase, suena como una compleja paradoja para mi, pero tiene sentido.

Comencé a salir con Mike como un primer intento de negación, John estaba feliz por mi, pero si yo no amaba Mike y me negaba a creer que John no se interesaría entonces sucedería, y sin darme cuenta me sumergí en el complejo mundo de mis paradojas personales y me deje llevar, tan lejos como podía haber llegado, es decir, hasta que Mike quiso llevarme a la cama.

En realidad no es que no quisiera continuar y dar ese siguiente paso, es simplemente que estaba aterrado, muy aterrado, yo nunca lo había hecho con nadie, y encima, me moría por hacerlo con John y el no mostraba el más mínimo ápice de interés, pero sobre todo, tenia miedo de que Mike se diera cuenta de que lo estaba utilizando para, no se, ya intente explicarlo, estaba confundido.

John creyó que solo estaba nervioso y me animo a hacerlo -Jamás- espeté sin poder ocultar el nerviosismo en mi voz, me temblaban las manos y apreté los puños en un intento casi inútil de contener el llanto por que mi amor platónico me instaba a acostarme con otro en lugar de decirme lo que quería escuchar y pedirme que me arrojara en sus brazos -Yo estaría contigo- me dijo- es decir, si quieres, para que te sientas más tranquilo- me dejo atónito, ¿o entendí mal o quería acompañarme y ver como me desvirgaba el culo Mike?, sonaba obsceno, lujurioso, sucio, y tremendamente sugestivo. Acepte.

Quede con Mike unos días después, y cuando finalmente me llego el momento John paso por mi, me llevo en auto hasta casa de Mike y ahí parado en la puerta, mientras tocaba el timbre, pensaba en John, que estaba a unos pasos de mi y me envolvía su perfume, cerré los ojos y aspire su aroma, pero Mike rompió el encanto cuando abrió la puerta.

La verdad es que Mike se veía encantador, atlético, alto, con ese cuerpo delicioso que se carga, soberbio, pero por Dios que no lo amaba, y me revolvía el estomago pensar en eso. John prácticamente me empujo adentro, me había quedado ahí parado como idiota, envuelto en la bruma de mis confusos pensamientos, reprimí las ganas de gritar y largarme, deje que ambos me guiaran.

No hubo preámbulo ni presentaciones ni nada, íbamos a… bueno, a lo que íbamos. De inmediato me dirigieron a la habitación, Mike tomándome de la muñeca derecha y John detrás, empujándome, susurrando -tranquilo- me decía -voy a estar ahí- y el no sabia que era eso precisamente lo que me ponía tan tremendamente mal.

La habitación era pequeña, medianamente iluminada por una lámpara en un extremo, alfombrada, una cama matrimonial, un espejo de cuerpo completo, un par de muebles más, muy bonito, nada espectacular ni fuera de serie, Mike me atrajo hacia el y comenzó a pasar sus manos por mi cuerpo y su cara por mi cuello, sentía su respiración en la piel, y me preocupaba que las cortinas no combinaban con el cuarto… lo cual solo reflejaba el nivel de interés que tenia en Mike y que mi mente trataba de alejarse hacia cosas de menos importancia para desviarme de ese pensamiento estorboso y petulante que invadía mi ser, y para ser más exacto, para no pensar en John.

John se acerco por detrás y yo, concentrado en la horrible cortina, no me di cuenta, cuando lo note su cuerpo ya estaba pegado al mío, me tomo por los hombros y me susurro en el oído -déjate llevar- me beso la oreja -relájate- cerré los ojos, extasiado por el sonido de su voz y el contacto de su calor humano mezclándose con el mío.

John se aparto y se sentó en un extremo se la habitación. Bese a Mike con avidez, sentí como respondía apenas a mi beso y me recorría todo con las manos, y me sacaba la camisa del pantalón y me tocaba la piel, y fue entonces que me deje llevar, sabia exactamente lo que tenia que hacer.

Le tome la corbata y deshice el nudo con impaciencia, me costo trabajo, me temblaban las manos desmesuradamente, trate de controlarlo pero tenia esa mezcla de nervios, terror, excitación y amor contenido en las entrañas y me era difícil tener control de mi cuerpo, sin olvidar que trataba además, de ignorar a John ahí sentado, tan cerca de mi y a la vez tan lejos, inmóvil, mirándome con ¿ternura?… por fin logre retirarle a Mike la corbata y el inmediatamente me tomo por el cuello acercando sus labios a los míos, y me planto un beso, separe los labios apenas un poco y deje que su lengua invadiera mi boca provocándome escalofríos, cerré los ojos y lo abrace correspondiendo el beso, con la cabeza concentrada en John, solo en John.

Me separe de Mike y desabroche mi camisa mientras el hacia lo propio con su ropa, demasiado rápido para mi gusto, casi parecía que quisiera arrancarse la ropa en su totalidad sin miramientos, yo me tome un poco más de tiempo. Pausadamente desabroche mi camisa, uno a uno los botones, tan lentamente, como si quisiera que se aburriera de esperar y me pidiera dejar todo para otra ocasión, lo que obviamente no sucedió. Cuando por fin me la quite dejándola pulcramente doblada en una silla que había cerca de la cama, proseguí con el lento ritual de desvestirme, me quite el cinturón, los zapatos, los calcetines, el pantalón, todo tan lento, tan pausado, tan tremendamente desesperante para Mike, que me miraba casi suplicante, pero sin decir una palabra, por fin, me puse de pie y para mi sorpresa, y creo que un poco de horror electrizante, John se acerco, me beso la frente y me quito la camiseta, sentí el contacto de sus manos en la piel del torso, se me puso a piel de gallina, me sentía tan incomodo ahí frente a el, solo con la ropa interior, mientras el conservaba toda la ropa puesta, era un poco injusto ¿no les parece? Mirándolo a los ojos me deshice de la ultima prenda y sonrojado termine por desviar la mirada mientras el me recorría, desnudo, frágil, vulnerable.

Me arrodille frente a la cama, John hizo lo mismo, quedando detrás de mi y haciendo acopio de valor que saque de alguna parte trate de ignorar que me estaba mirando demasiado cerca y me concentre en Mike,

Tome su pene con la mano derecha dirigiéndolo hacia mi boca, humedecí su glande con apenas la punta de la lengua, lo más suavemente posible, tan lento, ensalivándolo, tomándole sabor, después comencé a mover la lengua en pequeños círculos en la punta de su hermoso pene, haciendo que Mike comenzara a mover la cadera hacia mi, rogando con los ojos que me lo metiera a la boca, sonreí para mis adentros, cerré los ojos y me quede inmóvil, y fue cuando me perdí por completo, me explico: yo sabia que era Mike pero en mi cabeza en mi boca yo tenia a John, sabia a John, sentía a John, y cuando ese sentimiento de alivio me invadió, sabiéndome entregado a John y no a Mike, cumplí su deseo, me metí la cabeza de su pene a la boca, apretando con los labios, lamiendo suave y lentamente una y otra vez, apretándolo con los dientes, haciendo presión, succionando el glande en mi boca, apenas un minuto después lo saque y entonces comencé a pasar la legua por todo lo largo de esa generosa herramienta, de la base hasta la punta, alternando la lengua con la mano, lo recorría y exploraba dejándolo embadurnado de saliva, masajeándolo, apretando apenas un poco los labios, recorriendo cada centímetro de su tirante piel, ciñéndolo crecer en mi boquita, descubriendo cada rincón oculto de esa dulce, caliente y enrojecida piel, escupí en la punta de su polla y de un golpe me la metí entera, o al menos hasta donde me cupo, hasta el fondo de la garganta, comencé un lento mete-saca pausado, rítmico, apretando con los labios haciendo presión sobre su piel, apretando sus testículos con la mano izquierda, acariciándolos y apretando la base de su pene con la derecha, Mike me agarraba el cabello y me empujaba la cabeza hacia abajo provocándome arcadas, la saliva me escurría por las comisuras de la boca, empapándome los labios, recorriéndome la barbilla, chorreaba su pene e iba a dar al piso, entre mis piernas y las de Mike, sentí que me ahogaba, me costaba respirar pero hice un esfuerzo por continuar, apreté su pene con ambas manos y me metí y saque la cabeza repetidamente mordiéndolo, ensalivándolo, acariciándolo con la lengua, repasándolo, entonces Mike se puso de pie y retiro mis manos - Abre bien la boca - obedecí, hipnotizado, aspirando con fuerza, sintiendo como el pecho me subía y me bajaba y el corazón me palpitaba con tal fuerza que temí que fuera a salírseme por la garganta, abrí la boca, sumiso, expectante y Mike dirigió su pene a mi boca, sin previo aviso, me penetro de lado, hundiendo su carnoso glande en mi mejilla izquierda, tomando mi cabello para apoyarse metía y sacaba su carnoso pene con fuerza, me hacia daño, la saliva me escurría por la barbilla hasta el pecho y me dolía el mentón por tener la boca tan abierta durante tanto tiempo, me toque los pezones, los pellizque, note que su pene hacia un ruido nauseabundo al penetrarme y golpear mi mejilla y el bulto que se formaba en mi cara era considerable, después de lo que me pareció una eternidad Mike finalmente cambio de posición y me enterró su pene hasta la garganta, me tomo el cabello con renovadas fuerzas y empujaba mi cabeza hacia adelante y hacia atrás a su gusto, me esforcé por no vomitar, me agarre a sus muslos, me dolían las rodillas por la posición, imagine que me quedarían unas horrendas marcas rojas durante un rato, creí que me desmayaría y entonces cerré los ojos y fue cuando sentí la mano de John recorrerme la espalda, tocándome muy suavemente la piel, deslizando sus dedos por mi columna vertebral, y comencé a succionar el pene que albergaba en mi boca con deleite, como si se tratase del caramelo más dulce del mundo, apretando el glande con los labios, moviendo la aterciopelada lengua sobre su caliente y tirante piel, y pensando en los suaves dedos de mi Johnny jugueteando en mi espalda, saboree cada centímetro de piel, lo engullí y disfrute como jamás creí posible, saque su pene lo tome con ambas manos deslizando su piel para cubrir su glande para inmediatamente tirar esa misma piel hacia atrás dejando la cabeza vulnerable, cubriendo de besos la punta, ensalivándolo, mordiéndolo, me encantan los penes no circuncidados… y entonces me detuvo abruptamente… Mike es un experto en romper encantos.

-¿vas a correrte?- pregunto John - estoy más que a punto de correrme - contesto Mike entre jadeos entrecortados, tratando de suavizar su agitada respiración y detener su inminente orgasmo, me quede sentado en el piso mirando las marcas rojas que sabia que ya tenia en las rodillas tratando de ignorar el dolor que tenia en ellas por la posición, apenas me estaba acomodando en la alfombra cuando súbitamente Mike interrumpió mis pensamientos tomándome por las axilas y me levanto dirigiéndome a la cama, me subió en ella, me dio la vuelta y me empujo hacia adelante, yo entendí que quería que hiciera y para facilitarle la tarea ya que parecía que el muy torpe no podía ni hablar (creo que es verdad eso de que algunos hombres piensan con el pene) dócilmente me coloque en cuatro, dejando el culo al aire a su merced, a su total y completa voluntad, y de pronto me sentí sumamente avergonzado de estar así, frente a John, mi John, totalmente expuesto y vulnerable, pero en realidad no tuve mucho tiempo para reflexionar sobre mi ya que cuando la duda aparecía en mi cabeza sentí como el calido aliento de Mike en mi culo desvío mis pensamientos, sus expertas manos separaban mis nalgas haciendo que mi virginal esfínter se abriera apenas un poco, invitador, incitante, suplicante, ávido de ser penetrado, entonces Mike coloco la punta de su lengua en la entrada de mi ano, apretándola apenas un poco, sin penetrarme, e inmediatamente comenzó a pasarla de arriba a abajo, muy lentamente, ensalivadome, suavemente, sentí como movía la lengua en círculos para después apretarla contra mi estrecho agujero forzando mí esfínter a abrirse un poco más separando mis nalgas al máximo con ambas manos, una a cada lado, mi pene, ya en la plenitud de una descomunal erección, se sentía estallar, mis pezones estaban inflamados y mi cabeza tan confundida y extasiada que no me di cuenta cuando comenzó a apretar uno de sus hermosos dedos en mi esfínter, apenas un poco, muy pausado, entonces, su índice penetro mi esfínter apenas un ápice y lo dejo así unos segundos dejando que me acostumbrara a la sensación para después forzar aquella presencia extraña a entrar hasta el nudillo haciendo que mi cuerpo reaccionara y se moviera instintivamente hacia adelante, involuntariamente, tratando de evitar al intruso que le hacia un visita, entonces John se puso enfrente de mi y me miro a los ojos, creí que lloraría, me sentía abusado y me parecía estar traicionando a John, mi John, que se había quitado la ropa mientras yo estaba ocupado ofreciéndole el culo a Mike, John, a quien miraba con los ojos como platos tratando de tragármelo con la sola vista, John que me susurraba -no tengas miedo, yo estoy aquí, estoy contigo- y me acariciaba el pelo y pasaba sus dedos por mi nuca y mi cuello -déjate llevar, no temas, estoy aquí contigo- su dulce voz aminoro el estremecimiento que sentí cuando Mike introdujo un nuevo dedo para hacer compañía al que ya se albergaba en mi culo, y los metía y sacaba parsimoniosamente, sin prisa, sin fuerza, muy suave, haciendo que mi esfínter dilatara poco a poco para acostumbrarse a sus dedos y logrando que me hiciera revolverme en la cama de puritito gusto, mirando a John con deseo, mordiéndome los labios en un vano esfuerzo por no gemir, sintiendo sus dedos entre el cabello y su aliento en la cara, y el calor que emanaba de su ser, Mike introdujo un tercer dedo no sin esfuerzo arrancándome un gemido de ¿incomodidad? -mmmmh Miiiike nooo bastaaa- dije sin autoridad en la voz -aaaah aaamm mmmmmh- los dedos de Mike se introducían hasta el nudillo para volver a salir inmediatamente, cada vez más rápido e incluso comenzó a moverlos en circulo, ensanchando mi agujerito virgen.

Mike saco sus dedos de mi ano y me tomo por las caderas y se sonrío tan confiado, relamiéndose, con los ojos clavados en mi culo semiabierto y dolorido, y me escupió en la entrada del culo introduciendo la saliva en mis entrañas con ayuda de su índice, ensalivándome con la lengua, introduciéndola en mi esfínter, ayudándose con las manos -oooh uuummm mmmh Mikeee nooo oooh- la sensación era enloquecedora, su lengua apenas penetrándome, alternándose con un par de dedos, creí que perdería el control total de mi cuerpo en cualquier momento, entonces Mike, interrumpiendo la labor tan placentera de su lengua en mi culo, se arrodillo detrás mío y ensalivo su pene, tomándolo con la mano derecha apunto a la entrada de mi culo y apoyando la mano izquierda en mi cadera comenzó a apretar la cabeza contra mi esfínter, muy suave, la presión, sin llegar a penetrarme, era deliciosa, pero cuando comenzó a entrar, apenas un poco, me provoco un poco de dolor -aaah uuug Mikeee no sigas noo mmmpf- pero Mike estaba en otra frecuencia, me temo que ni siquiera escuchaba lo que le decía, e introdujo todo el glande a mi virgen ano -aaaaahhh mmmmmh mmmpf- y entonces asiéndome con ambas manos me empujo hacia atrás de un golpe penetrándome por completo, se me nublo la cabeza, pensé que me había desgarrado por algún lado, sentía el culo ardiendo, completamente lleno y dolorido, y creí que me desmayaría, apoye la cabeza en una almohada y los brazos, pero esa nueva posición solo me hizo levantar más el culo a merced de Mike, que comenzó a sacar su pene para tan pronto como hubo salido volvérmelo a clavar de una estocada, hasta la base, después de repetir esto un par de veces más comenzó un mete saca más rápido, su pene entraba y salía con menos dificultad, me penetraba más profundo, pensé que se me partiría en dos o me saldría por la boca, yo mordía la almohada, y desgarre la fina funda de seda que la cubría para ahogar mis gritos -mmmmpffh mmmh mmmmmmhhh aaaahhh mmmh- me estaba volviendo loco de gusto, el dolor desapareció y de la nada me invadió una profunda sensación de placer proveniente del centro de mi cuerpo, que se expandía en oleadas por todo mi ser y apagaba mi cerebro dejando solo activa la parte que registra las embestidas del pene de Mike en mi antes estrecho ano. Mike me penetraba una y otra vez -¿te gusta?- me pregunta -aa-ajaa- le respondo, mi voz se ahoga en la almohada, mi cara apoyada en la cama hace que me sea difícil coger aire, Mike no se detiene ni un solo momento, siento su enorme pedazo de carne penetrarme una y otra vez, entrar y salir de mi dilatado ano, siento su cuerpo pegado al mío, percibo el sudor que empieza a cubrir nuestros cuerpos y la temperatura corporal aumentar a cada embestida, se mueve dentro de mi, y mi ano se acostumbra a su tamaño, a su velocidad, a su cadencia, y mi cuerpo esta extasiado, y mi mente extraviada, y creo ver estrellas a cada movimiento que da, mis sentidos parecen más alertas y todo se concentra en mi esfínter desgarrado y ensanchado por el pene que se mueve dentro y fuera de el, y Mike resopla y me toca, me pasa las manos por las nalgas, me acaricia, me la mete toda -mmmmh sssiii, amoor rómpeme el culo - le digo en un arranque de euforia, ya no pienso con claridad -jódeme Mike cógeme fuerte - Mike me penetra más y más rápido -¿Qué? ¿Cómo? Pídemelo- mi cabeza da vueltas, el culo me arde, me lo revienta, me lo ensancha hasta limites que creí insospechados -aaahhh Mikeeey fóllame durooo Mikey, cogeemmeee fuerteee partemeee el culooo- Mikey no se hace esperar, me ensarta con la velocidad y fuerza que le es posible, me da palmadas en las nalgas, sonoras, dolorosas, imagino que me las ha dejado rojas -mmmmh aaaah quee ricoo coges Mikey- me relamo los labios, cierro los ojos, y Mikey aferrado a mi cadera mete y saca su poderosa herramienta sin piedad, sus testículos chocan contra mi dolorido trasero produciendo un sonido peculiar, su pene me penetra una y otra vez, sientó cada milímetro de carne entrar y salir de mi ano, y entonces, Mikey se detiene y me saca su enorme pollón del culo, insisto, Mike es experto en romper encantamientos, me ha dejado a medias.

- Date vuelta - me acuesto en la cama dejando que Mike separe mis piernas y levantándolas, las tomo por los tobillos, forzándome a una oposición en la que el tenia el control total de mi cuerpo, apunto la punta de su pene a la entrada de mi culo, ansioso, espere, entonces, con la mano derecha apretó su enrome aparato y me metió la cabeza, provocando una descarga eléctrica en mi columna vertebral, la nueva posición en que me encontraba hizo que me doliera lo suficiente para provocarme un gemido -aaaaam Mikeeee mmmmh dioooos- apreté los puños, fue cuando John se acerco a mi, se arrodillo junto a la cama, quedando su cara a un lado de mi cabeza, y me comenzó a acariciar el cabello susurrándome al oído -tranquilo, ya veras que te gusta- me comenzó a pasar los dedos entre el pelo, acariciándome muy suavemente, de pronto, tan inusitadamente como comenzó, Mikey arremetió contra mi de manera infernal -cógeme Mike, ¡ya ya ya!- Mikey bombea con fuerza, su pene entra y sale de mi culo ansioso, caliente, hambriento, me lo mete de una estocada para volver a sacarlo en toda su longitud y volver a clavármelo, me enloquece la sensación, me penetra con fuerza, mi culo se adapta como un guante a las dimensiones de su pene, lo albergo con facilidad ahora que me he dilatado lo suficiente, se me eriza la piel -no te detengas Mikey aaaah ahhh que gustooo mee daaaas- me rompe el esfínter, me taladra con fuerza, entrando y saliendo de mi ano, siento como su pene se desliza dentro y fuera de mi, de pronto Mikey cambia de estrategia y me comienza a penetrar muy lento y pausado, el cambio de velocidad me hizo percatarme de John, que estaba jugueteando con mi pie, lamiéndome el pie izquierdo, pasando su lengua por el, besándolo, introduciéndose un par de dedos a la boca, chupándolos, la sensación fundida con la penetración de Mikey era increíble, me deje llevar y mientras Mike me penetraba con suavidad y cadencia constantes yo pensaba en John, y sentía su lengua pasar por cada una de las rendijas entre mis dedos en el pie izquierdo, y sentía la palma de su mano oprimiendo mi tobillo y sentía su respiración rítmica y pausada en la piel, y la saliva correr por mi empeine y la lengua, aterciopelada, calida, suave, perfecta, detenerse en cada centímetro de mi piel, tocarla, descubriendo sensaciones que no pensé que existirían y lugares de mi cuerpo que no sabia que tenia y percibí su mano izquierda acercarse a mi muslo y note las caricias constantes, y me aferre al cuello de Mike, y cerré los ojos y aspire su aroma, que se transformo en el de John, y desgarre la piel de su espalda y acaricié su cabello y me entregue a un cuerpo que para mi era el de John, y apreté los ojos con fuerza gimiendo y derramando lagrimas de placer, de felicidad, y de confusión, de alegría, de miedo y de dolor, lagrimas que se transformaron en éxtasis cuando alcance el clímax casi al mismo tiempo que Mike, que se tradujo en un orgasmo increíble pensando en John, sintiendo a John, deseándolo, desando que el semen que invadía calidamente mis entrañas fuera el de John, concentrado en las caricias de su mano y en el movimiento de su lengua, en su ternura, en su amor fraternal, en su entrega, en su apoyo, en su mano en el muslo, en su cálido aliento, mi excitación fue totalmente provocada por el morbo de saberme desnudo y penetrado frente al hombre que amaba y la emoción de saber que me le estaba entregando a el, solo a el, solo a John, y el saber que quería que John supiera que yo era suyo, solo suyo y que lo amaba, lo amaba tanto…

y solo entonces mire a John…

y me aterró la lujuria que salía atropelladamente de sus ojos…











Autor del relato : Anonimo

lunes, 10 de enero de 2011

Quique y yo

1 - En el campo

Como no vivía muy lejos de las escuelas donde estudié, aquel domingo di un paseo hasta allí, visité la iglesia donde había oído tantas misas y me asomé a ver los patios. Nadie me dijo nada. Nada había cambiado sustancialmente.

Bajé la escalinata que llevaba a la puerta del campo de fútbol y vi a mucha gente. Allí jugaban mis compañeros durante todo el recreo. Yo no; nunca me gustó el fútbol y pasaba el tiempo hablando con mis compañeros de otras cosas. Me acerqué a la barandilla que delimitaba el campo y me eché en ella a mirar. Los chicos jugaban imitando a los profesionales y, con toda seguridad, más de uno tenía en su mente el llegar a ser un jugador profesional.

En realidad, estuve haciendo todo el tiempo lo mismo que hacía cuando estudiaba: fijarme en las piernas de los chicos, en sus cabellos, en sus expresiones…

- ¡Uy! – oí a mi lado - ¡Casi se la mete!

Miré sonriente a ver quién había dicho aquella frase que me había parecido tan graciosa y unos ojos ilusionados me miraron fijamente.

- ¿Lo ha visto? – me dijo - ¡Casi marca! ¿Usted de qué equipo es?

- ¿Yo? – reí -; imagino que del mismo que tú: del equipo del colegio.

- ¡Sí! – exclamó –; son buenos, aunque no tanto como los que jugaban cuando yo estudiaba aquí.

- ¿Has estudiado aquí?

- ¡Sí, sí! – seguía mirando las jugadas -, pero ya estoy en la facultad.

- ¡Ah! – exclamé - ¡Me parecías muy crecidito para estar estudiando aquí o haber terminado hace poco! ¡Yo también estudié aquí!, pero de eso hace ya mucho.

- ¡Vaya! – me miró desilusionado - ¡Se quedó en empate!

- ¡Ya ganarán otro domingo! – dije - ¿Vendrás a verlos el domingo que viene?

Me miró muy extrañado y pensativo.

- ¿El domingo que viene? – preguntó - ¡Cada domingo juegan en un campo distinto! Ya no jugarán aquí hasta el otro domingo.

- ¡Ah, claro! – disimulé - ¡Qué cosas tengo! Sólo te lo decía por saber si ibas a estar y ver el partido juntos.

- ¡El domingo que viene no! – dijo seguro -, pero el otro, si viene antes de que empiece, lo espero en la puerta. Si viene más tarde… ¡siempre me pongo por aquí! ¿Cómo se llama?

- Isidoro, chico – puse mi mano en su hombro -, pero no me gusta que me hablen de usted. Me hace sentir viejo.

- ¡Pues no me pareces un viejo! – dijo mirándome atentamente -. Yo me llamo como mi padre, Quique, pero mi padre está calvo y es canoso ¡Seguro que tiene más años que tú!

- ¡Te apuesto lo quieras a que tiene menos!

- ¿Cómo sabes eso? – me miró incrédulo -; mi padre está calvo y canoso; tú no.

- Yo tengo el pelo como mi padre, ¿sabes? – le dije -; cuando murió era bastante mayor y ni estaba calvo ni estaba totalmente canoso. Eso suele venir de familia.

- ¿De familia? – se llevó las manos a sus cabellos - ¡Eso significa que me quedaré calvo y canoso muy joven!

- ¡No siempre es así, Quique! - puse mi mano en sus cabellos suaves -; con el pelo que tienes, creo que tendrás una buena cabellera. Lo de las canas y la falta de pelo, que se llama alopecia, es un símbolo de los hombres maduros ¡No es un defecto de las personas! Digamos que yo soy la excepción.

- ¿Eres muy mayor?

- Lo que sí puedo asegurarte es que cuando estudié en este colegio, los curas sólo dejaban niños ¡Nada de niñas! ¡Las niñas con las monjas! ¡Y de eso hace mucho tiempo!

- ¡Jo, qué suerte! – creo que se le escapó - ¡Sólo chicos!

- ¿Qué pasa? – me paré frente a él - ¿Es que te molestaron mucho las chicas o es que te molestan?

Me miró casi asustado y agachó luego la cabeza, pero no contestó.

- ¡Eh, Quique! – le levanté la barbilla - ¡Ni es malo que prefieras estar sin compañía de chicas ni las estoy poniendo de malas a ellas! Tú mismo vives gracias a que una chica se casó con tu padre ¡La vida es así!

- ¡Jo, lo será!, pero prefiero a mis amigos.

2 – En la calle

- ¡Bueno, chavalote! – le tendí la mano - ¡Me ha encantado conocerte! Nos veremos dentro de dos domingos.

- ¿Ya te vas? – se extrañó -; cuando vengo con Fredy siempre acabamos tomándonos unas cañas ahí enfrente ¡Te invito a una!

- ¿Ves, Quique? – le sonreí sinceramente - ¡Ahora me siento como un joven amigo tuyo, no como tu padre!

- ¡Bah, mi padre es un viejo! – atravesamos la calle -; no le gusta nada más que la tele. No viene nunca conmigo al cole a ver el fútbol ni sale a tomar una cerveza… ¡Ni siquiera con amigos!

- Cada uno tiene sus gustos, Quique – le dije - ¡Es tu padre y, aunque no te guste su comportamiento, debes respetarlo!

- ¡Sí, lo respeto! – se acercó más a mí -, pero tú eres mi amigo, no mi padre ¿Tú tienes hijos?

- ¡No! – reí sonoramente -; no es que no me gusten, es que no me casé. Cuando salí de este colegio hice un curso preuniversitario en un instituto y luego me matriculé en Arquitectura…

- ¡Vaya, Isidoro! – nos acercábamos a la barra - ¡Eres arquitecto!

- ¡Bueno, no! ¿Qué estudias tú?

- ¡Pues eso! ¡Arquitectura! – dijo orgulloso - ¡De momento no se me da mal!

- Pues a mí tampoco se me dio muy mal, la verdad – comenté -, pero cuando iba a terminar, alguien dijo que iba a estudiar Bellas Artes y ¡me matriculé en Bellas Artes! Cuando íbamos a terminar Bellas Artes, dijo que iba a estudiar Ingeniería ¡Me matriculé en Ingenieros! Cuando se acabó la carrera, desapareció y me quedé trabajando en un banco ¡No puedo quejarme!, pero nunca he sido ni arquitecto, ni nada ¡Banquero!

- ¿Era… - pensó - …era un amigo o una amiga?

- ¡Un amigo, Quique! – fui sincero -, pero ni me abandonó ni nada de eso. Cada uno tiró por un lado y ya está. Luego hice buenos amigos ¡No estoy solo! ¡Aunque viva solo!

- ¿Vives solo? – exclamó - ¡Jo, qué envidia! Hasta que no acabe la carrera y encuentre un buen trabajo, tendré que estar con mis padres. Niño ve a por esto, niño no llegues tarde, niño no fumes… ¡Qué coñazo!

- ¡Espera! – le dije - ¡No me importa que bebas alcohol! ¡Eso lo decides tú!, pero no te pases, ¿vale?

- ¿Ves? – entornó los ojos pensando -; mi padre no me lo hubiera dicho así ¡Niño, me da asco de olerte a cerveza! Es que no le gusta, ¿sabes?

- Es cuestión de gustos…

- ¡Sí, eso será! – bebió el primer trago - ¡A mí no me gustan las chicas! ¿Y a ti?

¡Vaya, me estaba poniendo en un compromiso, pero me acaba de decir sin tapujos que no le gustaban las chicas! Tenía que ser sincero con él.

- ¡A mí tampoco, Quique! – dije -, pero es de lo que hablamos: de gustos.

- ¡Tú eres guapo! – dijo bajando la voz - ¿No tienes pareja?

- ¡No!

- ¡Vaya! – exclamó como triste - ¡Con lo bien que se debe vivir contigo!

- ¿Qué dices Quique? ¡No me conoces! ¿Y si soy un ogro?

- ¿Tú un ogro? – rió - ¡No estarías aquí aguantándome! Soy insoportable ¡Hablo demasiado, Isidoro! ¡Acabarías durmiendo con tapones en los oídos y poniendo una barrera en la cama entre los dos o poniendo dos camas separadas!

Tuvo que notármelo. Miré disimuladamente alrededor. Quique me estaba planteando una situación de convivencia con él mismo como el que plantea un problema de aritmética.

3 – Demasiada gente

- ¡Joder, coño! – exclamó - ¡Parece que hoy todo el mundo se mete en este bar!

- ¡Es el que está enfrente del campo! – le dije - ¿Por qué te extrañas?

- ¡No sé! ¡Nunca entra aquí tanta gente! ¡Me molesta! ¿Te importa que nos vayamos a otro sitio más tranquilo?

- ¡No! – dije - ¿Por qué iba a importarme? Además, este bar está muy viejo y sucio ¡Fíjate! ¡Ya existía cuando yo tenía tu edad!

- ¡Joder, Isidoro! ¡Lo dices como si fueras un viejo! Yo te veo joven y guapo – me miró pensando - ¡Me gustas! Eres elegante y hablas conmigo como un verdadero amigo, no como… ¡otros! Ya te digo que mi único problema es que hablo por los codos ¡Me paso!, pero es que hoy quiero saber mucho de ti ¡Me da la sensación de que el próximo domingo no te veo!

- ¡No digas eso! – me paré compungido - ¡No dejaría de venir a verte por nada del mundo! ¡Tú también me gustas!, ¿sabes? ¿O es que piensas que eres el único al que le gustan los tíos?

- ¡Jo, lo siento! ¿Ves? ¡Siempre meto la pata! – me cogió las manos - ¡Perdóname, no he querido decir eso! ¡Vamos! ¿Tienes cerveza en tu casa?

- ¡Eh, eh, espera pillo! – le puse la mano en el pecho - ¿Estás intentando venir a mi casa por algo? ¡Cerveza hay en cualquier sitio!

- ¡Sí, pero cualquier sitio no es tu casa! – dijo muy seguro - ¡Y yo quiero que me lleves a tu casa!

- Quique… - tuve que meditar - ¿Me estás diciendo que te gustaría ver dónde vivo o que quieres venirte conmigo a mi casa? ¡Ya me entiendes!

- ¡Pues tú sí que no me entiendes a mí y ya eres bien mayorcito! – me sonrió - ¡Te estoy diciendo que me encantaría estar contigo a solas en tu casa! ¿Te molesta eso?

- ¡No, no! ¡Claro que no! – me asusté - ¡Es que me lo dices así… sin anestesia…! Se supone que debería ser yo quién te dijera disimuladamente… «¿Quieres conocer mi casa, Quique?».

- ¡Anda, anda! – hizo un gesto con la mano - ¡Eso está muy pasado, Isidoro! Una cosa distinta es que yo no te guste. Me lo dices y ya está.

- Es que… es que… ¡me encantas!

- ¿Y a qué esperamos? – bajó la voz - ¡Llévame contigo!

No tuve que pensar mucho, aunque sí dudaba de que lo que iba a hacer fuese lo correcto.

- ¡Vamos, Quique! – le tendí la mano - ¡Vamos a casa!

- ¡Joder! ¡Creí que no me lo ibas a pedir nunca!

4 – Solos

- ¡Vaya, Isidoro! ¡Qué calladito te lo tenías! ¡Eres un tío de pasta, seguro! ¡Me encanta este piso! – se volvió a mirarme sonriendo - ¡No tanto como tú!

- ¿Sabes que me das miedo?

- ¿Miedo? – exclamó - ¿Lo dices porque hablo mucho?

- ¡No! – hice una pausa - ¡No! Te imaginaba pidiéndome ser mi pareja ¡Qué tontería!

- ¡Pues iba a pedírtelo antes! – dijo -, pero con tanta gente…

- ¡Déjame dar un paso antes que tú!, ¿no? – me reí nervioso -.

- ¡Bueno! – me sacó la lengua - ¡Dime que si quiero irme a la cama contigo, por ejemplo!

- ¡Quique! – me asombré - ¡Siempre te me adelantas en todo!

- ¡Pues sí! – dijo con naturalidad - ¡Como no empieces tú ya a desnudarme voy a empezar yo! ¡Tú verás!

- ¡No, no, espera! – lo miré muy de cerca - ¡Déjame esta vez dar el primer paso!

- ¡Sí! – susurró - ¡Bésame tú primero y acaríciame! ¡Yo empezaré después!

Comencé a quitarle la camiseta. Hacía calor. Pero antes de que se la sacase por la cabeza ya se había quitado las zapatillas y se estaba desbrochando los vaqueros.

- Si tú te vas quitando lo tuyo – dijo -, acabaremos antes ¡Pero quédate en calzoncillos! ¡Luego nos desnudamos!, ¿vale?

- ¡Vente conmigo, amorcito! – lo abracé - ¡Esta vez no te me adelantas!

Lo besé con dulzura y sentí su dulzura; en mi boca y en mi entrepierna. Nos estábamos acariciando y ya casi nos estábamos haciendo una paja.

- ¡En la cama, Isidoro!

- ¡Sí, vamos a la cama! Creo que vas a disfrutar mucho de este maduro que te gusta y puedo asegurarte que me vas a hacer muy feliz.

- ¿Y cuando follemos la primera vez…. se acabó?

- ¡No, mi vida! – casi se me saltan las lágrimas - ¡Ni siquiera vamos a esperar dos domingos para vernos! ¡Esta es tu casa! ¡Será nuestra casa si quieres!

- ¡Sí, claro que quiero! – me besaba como un adulto -, pero con una condición. Dejaré a mis padres y trabajaré para venirme contigo. Pagaré todo a medias.

- ¡No, no, mi niño! – ya estábamos unidos - ¡El mes que viene me jubilan con anticipación. Tendremos dinero para los dos. De momento, quiero que seas arquitecto ¡De los buenos! ¡No como yo!, que soy un simple banquero.

- Tú fóllame ahora – susurró – y cuando sea mayor, yo pagaré todo para ti, mi vida. Seré arquitecto para meter mucho dinero en esta casa ¡Para ti! ¡Déjame, te lo pido!

- Como siempre, charlatán maravilloso – le dije riendo -, te me adelantas. Ahora no hables, que tienes la boca llena. Sigue, sigue, que luego me toca a mí; aunque siempre vaya detrás de ti.












Autor del relato : Anonimo

Patrón y grumete

Volver a aquel apartado pueblecito de la costa era lo que más gustaba en el mundo a don Andrés. Significaba escapar del estrés de su vida en la ciudad, de la empresa, de los empleados perezosos y los clientes insatisfechos, y volver a la paz, la brisa marina y las excursiones en el viejo barco.

Los últimos años habían sido una auténtica montaña rusa. Se había casado muy joven y había tenido un matrimonio feliz, a pesar de que los niños nunca llegaron. Un día Don Andrés, así le llamaba todo el mundo en la empresa donde era director, conoció al joven que cambió su vida. Sólo ahora que había pasado tanto tiempo podía darse cuenta de que había perdido completamente la cabeza por aquel chaval. Toda su vida había cambiado desde el momento en que dio el paso de subir a aquella habitación de hotel, se había desnudado y se había metido en la cama con otro hombre. Rápidamente se hizo adicto a aquel cuerpo joven, al tacto de su piel, a sus caricias y al sabor de su sexo.

Cuando horas más tarde hacía el amor con su mujer, lo torturaba el recuerdo de las sensaciones tan vivas de follar con aquel chico, y volvía a excitarse pensando en los gemidos del joven mientras lo penetraba una y otra vez.

Su mujer nunca notó nada raro, ni siquiera la desesperación de don Andrés cuando aquel chaval se cansó de él, o quizá se cansó de esperar algo más, quién sabe. Entonces sí que se volvió loco. Pero tras un breve periodo de depresión y de pérdida de interés en el sexo, el respetado Don Andrés comenzó una nueva vida, la doble vida del ejecutivo felizmente casado que en sus ratos muertos se dedica a follarse todos y cada uno de los cuerpos apetecibles de varón que se le ponen a tiro.

Y aquella era una vida plácida y feliz, sin mayores contratiempos. Don Andrés aprendió que no tenía nada que temer de la discreción de sus eventuales compañeros sexuales. Sin embargo, una amiga de su mujer, una mala amiga, lo echó todo a perder. Le fue con el cuento y todo aquello terminó. Andrés lo sintió mucho porque de verdad quería a su mujer. Tras el divorcio, su apetito sexual se avivó más aún y no hubo práctica o variante sexual que no probara.

El último mes había sido duro en el trabajo y Andrés necesitaba escaparse al pueblo. Había llegado el viernes por la noche para dormir en el viejo chalet en el que había disfrutado de tantos veranos junto a su mujer. A la mañana siguiente madrugó, y a primera hora ya estaba poniendo el barquito a punto.

Mientras andaba con los preparativos vio pasar a un joven de unos veinte años por el muelle. El joven se dirigió directamente a una lancha pequeña que se encontraba atracada junto a su velero. Le sorprendió porque aquella lancha era de unos conocidos suyos. Al pasar a su lado no pudo evitar quedarse mirándolo.

-Hola- saludó el chaval.

Andrés se quedó algo confundido y apenas atinó a devolver el saludo.

El chico respondió: -¿Es que no me reconoces?

Andrés se quedó desconcertado, sólo esperaba que no fuera uno de los jóvenes que se había tirado últimamente en la ciudad. De alguno de ellos no había llegado a saber ni el nombre. –Pues la verdad es que no tengo ni idea de quien eres- le contestó mientras miraba a un lado y al otro para comprobar si alguien estaba observando la escena.

El chaval rió: -Es normal, hace años que no me ves. Vengo a ver cómo anda la lancha de mis padres.

Andrés no daba crédito a sus ojos: -¿Eres Aitor?¿El pequeño Aitor?- Hacía lo menos ocho años desde la última vez que había coincidido en vacaciones con sus vecinos del pueblo y no había tenido ocasión de ver la transformación de Aitor el niño en Aitor el hombre. Ahora era un joven apuesto, tan alto como él, había echado unas espaldas anchas y unas piernas musculosas. -¡Pero si estás hecho todo un hombre, con toda la barba y pelos en las piernas, ja ja!

Aitor rió ruborizado. Efectivamente los shorts que llevaba permitían ver que era bastante velludo

Andrés le tendió la mano: -Cuéntame, ¿qué es de tu vida, sigues estudiando o qué?

-Sí,- replicó Aitor –este año empezaré el segundo curso de Empresariales.

-¡Parece mentira, cómo pasa el tiempo! Todavía me parece verte en el jardín de al lado jugando con la pelota.

Ambos rieron.

-Bueno,- continuó Andrés –voy a seguir poniendo un poco de orden aquí– dijo señalando su velero -quiero salir a la mar en veinte minutos.

-¿Necesitas ayuda?

-No, gracias, ya me apaño –contestó Andrés –son sólo tres o cuatro cosas.

-Está bien, como quieras –la respuesta de Aitor dejaba entrever cierta decepción. Andrés volvió a su tarea, pero se quedó pensando; parecía que el chaval se había quedado con ganas de continuar la conversación, pero su objetivo era salir cuanto antes a navegar y no quería entretenerse.

Mientras terminaba de revisar los cabos, con el rabillo del ojo observaba las evoluciones de Aitor. Tenía una sonrisa preciosa y un cuerpo que, en otras condiciones, habría hecho que por lo menos intentara un acercamiento. Pero Andrés nunca utilizaba el pueblo como campo de maniobras sexuales. No quería que los vecinos del pueblo chismorrearan, mientras que en la ciudad tenía más libertad para actuar a sus anchas. Además, era el hijo de unos buenos amigos.

Por fin terminó de arreglarlo todo y soltó amarras. Aitor acudió para despedirse, y nuevamente le preguntó si necesitaba ayuda.

Andrés volvió a rehusar con firmeza. No tenía ninguna intención de complicarse el día. Pero cuando ya andaba saliendo del muelle, algo le hizo recapacitar; quizá el rostro apenado del joven que se quedaba en tierra, o quizá la llamada aún lejana pero poderosa de sus instintos. Dio media vuelta y se acercó de nuevo.

-¡Oye! ¿Te apetece venir conmigo en el barco?, no me vendrá mal otro par de manos a bordo.

Al chaval le faltó tiempo para aceptar. Recogió su bolsa y subió a la nave con una sonrisa radiante.

Sacar el barco del puerto fue fácil para don Andrés, quien tenía años de experiencia en el mar y manejaba la lancha como si fuera un apéndice más de su cuerpo. Le encantaba sentir aquella gran masa flotante bajo su absoluto control. Mientras enfilaba la salida del puerto, pisaba a fondo el acelerador y notaba cómo la brisa marina golpeaba su cara y la impregnaba de minúsculas gotas saladas. El vaivén de las corrientes marinas balanceaba todo el barco y don Andrés notaba como todo su cuerpo se iba poco a poco activando. Abrió más las piernas para ganar estabilidad, mientras sus rodillas se flexionaban ligeramente y los muslos se ponían en tensión, apretados dentro de las bermudas.

Aitor observaba desde detrás las maniobras de don Andrés y no pudo dejar de admirar la fortaleza de los brazos que sujetaban el timón.

Cuando ya estaban afuera, en la costa, el patrón detuvo el motor.

-La vista es impresionante- dijo Aitor

-Sí, me gusta parar aquí. Podemos darnos un baño, el sol ya aprieta. ¿Qué te parece?-dijo, mientras echaba el ancla.

Aitor titubeó: -Pero, es que no he traído bañador.

-Ah, yo tampoco- replicó don Andrés- Prefiero bañarme desnudo. Además, aquí no nos ve nadie. ¿Es que nunca te has bañado en el mar en bolas?

-Sí, hombre- mintió Aitor, pero su rubor lo delataba.

-Pues entonces, ¿a qué esperamos?- y comenzó a desvestirse rápidamente. Don Andrés era consciente de la vergüenza de Aitor y la situación empezaba a producirle cierto morbo. Mientras se despojaba de la camisa, notaba la mirada de Aitor sobre su fornido pecho. Tras depositar cuidadosamente la camisa sobre uno de los asientos, se rascó distraídamente el abundante vello del torso. Luego bajo sus manos hasta el cinturón y empezó a desabrocharlo. En ese preciso momento, levantó la vista hacia Aitor y lo pilló mirándole descaradamente el paquete.

Al sentirse descubierto, Aitor desvió la mirada torpemente. Don Andrés se sonrió, había practicado este juego de seducción cientos de veces y sabía lo que significaba la actitud de Aitor. Entonces se bajó de golpe los pequeños pantalones junto con los boxer que llevaba debajo, y se mostró orgullosamente desnudo a su compañero de viaje. Su cuerpo, forjado regularmente en el gimnasio, era espléndido para sus 50 años. Unos pectorales fuertes, de los que se sentía especialmente orgulloso, coronados por sendos pezones oscuros y punzantes y un abdomen menos musculado pero igualmente revestido de un suave vello de color castaño que descendía hasta el pubis. Allí, enmarcada por sus poderosos muslos, se desperezaba una verga que a Aitor le pareció larga y sobre todo sorprendentemente gruesa.

-¿Tú no te desnudas?

-Sí, ahora- contestó Aitor. La impresión de ver el cuerpo desnudo del que había sido tantos años vecino de la familia lo había paralizado.

Don Andrés se paseó un rato más por la cubierta del barco, exhibiendo su virilidad satisfecha, antes de lanzarse finalmente al agua en un picado perfecto.

Aitor se quitó la camisa y, titubeando una vez más, también los pantalones y los slips. Se acercó desnudo a la borda; don Andrés lo miraba ya desde el agua. El chaval no estaba nada mal tampoco. Don Andrés se regocijó con la visión de aquel cuerpo joven, pero ya perfectamente desarrollado. Aitor también era de espaldas anchas y pectorales fuertes. Mientras descendía de espaldas por la escala, don Andrés no perdía detalle de su anatomía y se deleitó con las nalgas tan redondas y bien constituidas, entre las cuales se divisaban unas pelotas que le hubiera encantado atrapar directamente con las manos.

Pero sabía que no debía precipitar las cosas. Las maniobras de acercamiento sexual tienen un ritmo propio y no es conveniente forzar los acontecimientos. Así que estuvieron un rato nadando, charlando, disfrutando del frescor del mar. Ahora que el resto de su cuerpo estaba sumergido, don Andrés reparó en la belleza del rostro del chico. Sus ojos eran de un verde intenso y sus labios gruesos y carnosos. Daban ganas de darle un beso. El cabello, de un negro profundo, y empapado ahora de mar, se rizaba sobre su frente de forma adorable.

Don Andrés se sintió juguetón y decidió sumergirse. Cuando Aitor ya se preguntaba cómo podía aguantar tanto tiempo sin respirar, se sobresaltó al notar que un cuerpo se deslizaba entre sus piernas. Don Andrés emergió a la superficie, riendo por la sorpresa de Aitor, y también por haber aprovechado para tocarle los huevos al pasar entre sus piernas.

Pronto don Andrés decidió volver al barco. Mientras escalaba los peldaños notaba la mirada de Aitor clavándose sobre su cuerpo desnudo y chorreante. También se demoró después mientras se secaba y se tumbaba al sol en la cubierta, con Aitor ya a su lado, repitiendo todas sus acciones. Finalmente se espatarró boca arriba sobre una toalla, las piernas bien abiertas, permitiendo el acceso de la brisa a sus pelotas, las manos cruzadas bajo la nuca, mostrando sus axilas, con el pelo aún húmedo y brillante. Los ojos aún abiertos, porque quería ver cómo se secaba Aitor, y cuando éste se tumbó a su lado, don Andrés sintió una gran sensación de bienestar, y le apeteció dar un paso más. Deslizó su mano derecha hacia abajo y comenzó a masajearse la polla, de una forma apenas perceptible.

A su lado, se oía la respiración agitada de Aitor, que había decidido tumbarse boca abajo, quien sabe si por vergüenza a seguir mostrando su sexo al antiguo vecino de su infancia. Don Andrés reparó en la belleza armoniosa de las nalgas del joven, redondas, turgentes, recubiertas de un fino vello en su totalidad, guardando celosamente el agujero seguramente delicioso que se escondía entre ambas.

El sol pegaba fuerte y el pequeño Aitor no aguantó mucho rato tumbado, de repente se levantó y marchó en dirección hacia la cabina mostrándole la espalda: "Tengo sed. ¿No tendrás una coca-cola por ahí?"

Don Andrés hizo como que no le había entendido, solo con el propósito travieso de hacer que se diera la vuelta. Cuando Aitor se volvió para repetir su pregunta, don Andrés comprobó lo que ya sospechaba: entre los muslos del joven surgía una mediana erección.

-"Dentro hay una nevera, coge lo que quieras. Tengo coca-colas y cerveza". El joven marchó para dentro y localizó enseguida la nevera. Al abrirla encontró una gran variedad de latas de bebida. Cogió una coca-cola y distraídamente la abrió. A su lado, una pequeña ventana permitía observar la cubierta, donde don Andrés yacía desnudo, con su mano derecha plácidamente hundida en el bosque de vello de sus genitales.

Aitor se quedó cautivado por esta vista y cuando se quiso dar cuenta, ya tenía una erección completa. Con pavor comprobó que don Andrés se levantaba y acudía en su ayuda: "Aitor, ¿encuentras la nevera?"

El joven, nervioso, se tapó como pudo la tremenda erección con la mano izquierda, mientras con la derecha abría de nuevo la nevera, haciendo como que buscaba algo en su interior. Don Andrés apareció en la puerta, desnudo, magnífico, con media sonrisa en la boca: ""¿Encuentras lo que buscas? Déjame que te ayude", y pasó por el estrecho espacio que quedaba entre la nevera y el pasillo, para plantarse justo justo detrás del cuerpo trémulo de Aitor. Había tan poco espacio, que Aitor notaba el calor y la humedad de Andrés impregnando su espalda, sus glúteos.

Don Andrés depositó amistosamente su mano izquierda sobre el hombro desnudo de Aitor. "A ver qué tenemos aquí….". El joven estaba paralizado del miedo a que don Andrés reparara en su evidente erección. Este por su parte estaba disfrutando cada vez más con el juego; echó un vistazo al contenido de la nevera; no había gran cosa, pero un tarro de pepinillos llamó su atención.

-"Deberías probar estos pepinillos, son deliciosos, y muy refrescantes". Con suma habilidad había abierto el frasco y había extraído un pepinillo con los dedos. Lo dirigió hacia la boca de Aitor, que seguía tan paralizado como tieso su pene.

-"Yooo, estooo…" apenas abrió la boca, el hombre le introdujo el pepinillo entre los labios, mientras sentía como su propia polla cobraba vida rápidamente y golpeaba entre los glúteos de Aitor. En cuanto este terminó de masticar y tragar el pepinillo, vio que don Andrés hundía de nuevo sus dedos en el frasco de pepinillos, pero esta vez no extrajo ningún pepinillo, sólo sus dedos empapados.

-"A mí lo que más me gusta es el jugo. ¿A ti no? Pruébalo, es delicioso" y sus dedos chorreantes se introducían ya en la boca del joven, que empezó a chupar los dedos con auténtica gula hasta dejarlos bien limpios.

-"Ya sabía que te iba a gustar"- y luego la mano abandonó la boca y fue a posarse sobre el pecho del joven. "Sí que has crecido, Aitor, estás hecho todo un hombre" y la mano continuó su camino hasta interceptar la polla enhiesta del joven. "¿Verdad que te gusta esto también?" y comenzó una paja suave, pero constante.

Aitor no acertaba a contestar, sólo a emitir unos gemidos que animaron a don Andrés a seguir masturbándolo, mientras iniciaba un frotamiento de su propia polla contra las nalgas desnudas del chico.

Pronto aquella polla estuvo completamente dura y Don Andrés empezó a perder el control sobre su instinto de animal en celo. Dio la vuelta con rudeza al chaval y comenzó a comerle la boca con pasión, mientras sus dos manos recorrían el joven cuerpo una y otra vez.

El chaval se dejaba hacer, pero no terminaba de entregarse. Don Andrés deshizo el beso y lo miró frente a frente a los ojos mientras lo sujetaba por los hombros. Aitor no podía sostenerle la mirada y bajó los ojos avergonzado.

-"¿Te avergüenza lo que hacemos?- espetó don Andrés.

-"N-No"-musitó el joven.

Y como quiera que el chaval dirigía su mirada hacia abajo, hacia el miembro de Andrés, este le preguntó:-"¿Te gusta mi polla?"

-"E-es hermosa"- lo decía como embobado; era la polla más gorda que había visto en su vida.

Don Andrés le tomó una mano y se la llevó a la verga. El chico la acogió en su palma y percibió su cálida dureza, así como lo suave de la piel y una especie de latido que parecía brotar del interior.

-"¿Quieres probarla"- inquirió don Andrés.

Ante la duda del chico, al hombre se le ocurrió dar una vuelta de tuerca más. Cogió el frasco de los pepinillos y sumergió la punta de su polla erecta en el abundante jugo.

Le ofreció la verga chorreante a su joven amigo, quien rápidamente entendió lo que debía hacer; se puso en cuclillas y abrió bien la boca para acoger aquella criatura deliciosa en su interior. Luego comenzó a darle rápidos lametones que hicieron gemir a don Andrés.

Mientras el hombre comenzaba un movimiento de vaivén empotrando su verga una y otra vez en la boca de Aitor, éste se vio a sí mismo, desnudo, en cuclillas, comiéndole la polla a un señor que le doblaba en edad y su mente retrocedió a recuerdos de cuando era casi un niño; aquellas tardes de verano en las que espiaba a don Andrés desde la ventana de su cuarto, a solas, mientras don Andrés, el amigo de sus padres, se tumbaba a tomar el sol en su pequeña parcela.

Cuántas veces se había masturbado el pequeño Aitor en su cuarto observando a su vecino desde la ventana. Deseando poder tocar aquel cuerpo viril, deseando ver por fin lo que había debajo de su minúsculo bañador.

Más de una vez había tenido la sensación de que don Andrés le veía desde su jardín y ese simple pensamiento había logrado que el chico se corriera irremisiblemente. Pero eso no lograba aplacar la lujuria de aquel adolescente, y simplemente ver cómo don Andrés se acariciaba casualmente el vello del pecho, o no digamos si llevaba su mano dentro del bañador para colocarse el paquete, aquello bastaba para que naciera una nueva erección.

Aquellos pasatiempos adolescentes de verano terminaron cuando Aitor empezó a ir a la Universidad y dejó de frecuentar la casita del pueblo. Pero una sorprendente revelación había traído de nuevo a don Andrés a la vida de Aitor: el matrimonio de sus padres entró en crisis cuando su padre descubrió que era estéril y su madre admitió, entre lágrimas, que Aitor era fruto de una relación extramatrimonial de una noche y que el verdadero padre de Aitor era…. su vecino de la casa en el pueblo, ¡don Andrés!

Así que Aitor había decidido conocer mejor a su verdadero padre, pero nunca pensó que del contacto con él renacería ese deseo que creía olvidado. Y ahora estaba ahí, en cuclillas, comiéndole la verga a su padre mientras se masturbaba a si mismo, y de pronto notó que don Andrés se ponía a resoplar y que la verga dentro de su boca se endurecía todavía más, y una riada de lefa inundó su boca, en varias explosiones, desbordándose por las comisuras de los labios, mientras al sabor del semen de su padre, Aitor explotaba también en un violento orgasmo, de una intensidad tal que tuvo que hincar las rodillas en el suelo del bote, vencido, pero aún sus labios amarrados al tremendo mástil que destilaba ya sus últimas y deliciosas gotas

Don Andrés empezó a recuperar la compostura tranquilamente, mientras Aitor trataba de encajar las piezas de aquella situación que estaba viviendo. Miró hacia arriba al cuerpo desnudo del hombre que lo había engendrado, y especialmente a las bolas peludas que colgaban junto a la verga y de las que sin duda había salido en su momento el propio ser de Aitor. No sabía qué pensar. Realmente no era lo que tenía previsto cuando había decidido conocer mejor a su verdadero padre.

Este, por su parte, había disfrutado como pocas veces de la seducción del joven y estaba eufórico. –"Esta ha sido buena, ¿verdad? Pero prepárate, que cuando volvamos a puerto te llevo a mi casa y allí te follo como está mandado".

El chico quedó aún más aturdido, especialmente cuando sintió que su verga se despertaba nuevamente al oír las palabras de su padre. Definitivamente el día iba a ser largo.











Autor del relato : Anonimo

sábado, 8 de enero de 2011

Voraz mirada

La carcajada rompió la noche, la magia, el loco sueño. Como parte de una boca negra, la risotada siniestra del animal de fuego fue devorando el amor que Adrián sentía, quemándole lentamente los intestinos. La densa nada fue tragándose los cuerpos, haciéndolos livianos, de humo, de vacío. Daniel era consciente de que su falta de control le había costado todo. Había echado por la borda nueve meses de montaje perfecto, de la sensación más deliciosa de poder sobre el otro, una comedia ridícula en la que los sentimientos eran los perfectos espectadores, un escenario en el que a diaria iban caminando bajo la piel del sol, envolviéndose en las más irrepetibles figuras, máquinas de carne que seguían el ritmo de la música fúnebre, sueños insensatos que hacían la vida más fácil pero mucho, muy falsa.


Adrián, un abogado 30 años, casado, sin hijos, mediocre habitante de la nada. Empleado público con un pasado que consumía su vida entre su pasión por la cocina, la música y su vocación por la apariencia de éxito, con demasiados sentimientos de culpa y algunas perspectivas de felicidad más allá de lo imaginable, con ciertos recursos intelectuales y un profundo sentido de lo tanático. Con una constante y obsesiva compulsión por regodearse en sus fracasos pasados y su maldita y definida fijación en los chicos lindos, muy jóvenes, de piel suave y cabellos revueltos, de ojos dormidos y locura en las formas.


Pareces parte de mí, solía pensar secretamente Adrián cuando miraba a Daniel. Le recordaba su propia historia, excepto por la soltura y el desparpajo con que asumió su opción desde muy temprano, aunque fuera solamente para él. Por el contrario, Adrián fue desde niño un reprimido impenitente, que prefería ocultarse tras sus ideas de pureza y la inmensa cobardía de su miserable corazón de pájaro enfermo, negándose desde siempre y para siempre la posibilidad de ser feliz como él quería, lo cual suponía aceptarse en lo más íntimo, en lo más profundo de su miseria y su soledad.


Fue quizás a los 9 años cuando Adrián comenzó a perturbarse al descubrir que sentía cierto tipo de atracción por los chicos más que por las chicas, algo extraño teniendo en cuenta su trayectoria de normalidad e inocencia. Estudiaba en el único colegio decente de su pequeña ciudad, religioso y sólo para varones, lo cual no hacía sino marcarlo o predestinarlo para la larga cadena de frustraciones y dolor que lo acompañaría toda su vida.


No fue sino hasta el comienzo de la secundaria cuando sus sospechas se confirmaron secretamente, su inclinación era clara, pero su miedo era mayor. Bajo la influencia de su abuela dominante, entre la moral enfermiza de los curas y su propia búsqueda de la normalidad, se fue perfilando una adolescencia marcada por el halo de la infelicidad, la sombra de lo efímero, lo mortal, la negación de su propia esencia. Una negación que perennizó el dolor del lado del alma, de esa orilla en donde la soledad se aferra a los huesos y convive con los nervios, con la materia humana, con la piel.




En el barrio de diez manzanas en el que creció sólo había una chica que le interesó. Ella, con sus cabellos castaños y su carita de imperfecta lujuria juvenil le despertó algunas tenues emociones en el despertar de su sexualidad, ella y los más de doce muchachitos que poblaban las calles de la urbanización, todos ellos perfectos para sus ojos pero improbables para su realidad. Era imposible que él sintiera lo que sentía, por eso el sufrimiento lo visitaba cada tarde, cada noche, entre las tareas y la televisión, entre los discos antiguos de los abuelos y la soledad más abrumadora jamás sentida.


Así pasaban los días en esa ciudad de playas y campiñas, de extraños y curiosos, de fantasmas y forasteros, de locos y chismosas, entre torturas y juegos solitarios, abrazado por la inquietante certeza de que sería un muerto en vida, en ser sin emociones, un espanto vestido de blanco, una sombra sin rumbo. La soledad se puede mostrar de las formas más inefables, y todas ellas decidieron darse a conocer a Adrián, en la niñez y en la adolescencia, perdido entre las tardes friolentas, encaramado entre sus irreales sábanas, sintiendo la burla de la vida, la que lo había colocado en un espacio y tiempo para negarle lo que miraba a través del vidrio, en los retratos de los muchachitos felices de la calle. La soledad respiraba en su nuca cada noche, calentaba sus noches, le producía los primeros placeres, lo masturbaba, le hablaba al oído, lo asfixiaba y le decía sus preparados planes, como cuando el villano le cuenta al espía sus preparativos para destruir el mundo antes de intentar matarlo, regocijándose en su maldad y segura del éxito. Sólo que en las películas el héroe suele triunfar. En la vida trunca de Adrián, su constante vivencia de soledad le adormeció las emociones, le cerró las preguntas, le canceló la sonrisa.


Ya en la universidad, apenas desligado de la locura de vestir sotana, su mente comenzó a dar signos de imposibilidad. Entre la convulsa evolución de su cuerpo, con la llegada de su madurez sexual, y la represión a que se sometía religiosamente cada día, su camino era intolerable, anormal. Sus días eran de constante mentira, la búsqueda de lo insabido, lo inasible, dándole golpes a su creatividad y a su alma herida por el miedo y el dolor de la negación. Como signado por la negra nube atroz de la soledad, descubrió la manera de huir definitivamente de sus pesadillas y de la brutal idea de ser diferente a los demás hombres.


Comenzó su aventura de vida feliz, de amigos inseparables, de cursos mediocres, de alcohol industrial, poesía sentida y poses de bohemio descuidado, intelectual de alcantarilla, vagando entre las sombras de las calles más sórdidas de Lima, rodeado de orines y ebrios, comidas baratas y alguna que otra droga imprecisa.


José María estuvo en esos momentos perfectos, momentos intensos, furiosas muestras de la vida que se arranca de las manos, que cercena la carne. José María, poeta, bohemio, gay, hermano indudable, confesión abierta, pero ante todo un amigo mayor. Él lideró las noches sangrientas de Magdalena, entre vigilantes proveedores y consumidores eternos, con galletas de soda y leche condensada. Él se fue en medio de la locura, tras el incandescente deseo y el distante sol. Él le dejó a su hijo el legado ciego de la inconstancia y las secretas locuras innombrables de las noches vagas de la vida sola. Él, el pequeño chamán, espera sin saberlo el momento para saltar a la muerte desde la sonrisa de un nuevo loco, suelto en la Lima sucia de la poesía y las eternas sedientas almas que postrados en su pos tendrán el coraje de vivir.


Fuera de ese círculo inefable de gente intensa, suicidas hermosos y adictos innecesarios, Adrián pudo conocer entre los pabellones de la universidad, a orillas del Río Maranga, a un grupo de amigos más usuales: el gordo bonachón, comprensivo y cómplice, el niño alocado y nervioso, a la chica madura y al escritor exitoso. Ellos le significaban la cordura, la tolerancia y la normalidad que la vida le negó desde el séptimo mes del embarazo de su madre.


Por esos años, su mente, enferma de pena, buscó en Beatriz la vida feliz. Cómo duelen los errores. Esa forma de ser, tan simple, amor verdadero, sincero, alma fundida, piel vibrante, palabras bonitas, cariño sentido, caricias lejanas, pureza y todas las cosas que un ser humano puede anhelar, desde la limpia cara de ángel hasta el ser de mujer total, sin reparos ni rencores, solamente el amor, el eterno amor, el ciego amor, el viejo amor.


Daniel era niño cuando su padre murió. Su madre, una mujer realmente prescindible, le había dicho que antes de cumplir los 4 años, unos asaltantes le arrancaron la posibilidad de crecer en una familia común, dándole tres balazos al querer resistirse al despojo absoluto. Como sea que fuere, todo lo que la vida le había empezado a dar se lo quitó, empezando por las ilusiones, las palabras, los cariños, los abrazos y las propinas. Con la sombra de las dudas y los insultos majaderos de los insensibles, fue creciendo hasta darse tiempo para pensar en por qué le gustaban más los chicos que las chicas.


Su madre era una persona intolerable, consumida por el fanatismo de una secta que le proporcionaba menos paz espiritual que posibilidades económicas y que significó una tortuosa niñez para el pequeño Daniel. Hacia los 11, saliendo de un colegio para entrar a otro, las palabras de la madre eran como martillos en las sienes y las mentiras del adolescente se hacían reales en su mente. En este momento, creo yo, se gestó el pacto de los lobos, el acuerdo de la locura, ese arreglo para destruir las vidas de los que se opusieran al proyecto demente de utilizar a las personas en su beneficio. Y Adrián fue esa víctima perfecta, el tonto útil que derramó su amor pérfido en los largos meses de esa mentira nefasta que le arrancó no solo lágrimas sino también vida, pedazos enteros de vida.


Cuando Daniel vio por primera vez a Adrián esa noche de febrero, en la puerta del supermercado, supo que sería fácil engañar una mirada tan simple, tan anhelante, tan pobre. No hubo manera alguna, ni remotamente, en que Adrián se diera cuenta de que las verdades que él ocultaba eran mínimas comparadas con el célebre montaje que Daniel había urdido en torno de su vida, hasta succionar toda su paz, toda su alma. Esa primera noche fue magnífica. Los cuerpos obedecían a las mentes y las locas formas jugadas contra la luz en ese secreto hotel de Lince compusieron la sinfonía casi perfecta de una irrealidad alcanzada con mucho dolor. Y utilizando sus almas como armas de fuego, lanzaron al aire gritos de furia, sexo incontrolable, pasión encerrada, miradas esquivas, amor a piel abierta.


Durante casi 9 meses el juego se había presentado de la manera más increíble. Adrián había perdido el juicio y Daniel la vergüenza. Te amo, diariamente se decían, en todos los idiomas, en todas las formas y en todas las poses, consumidos por el fuego del amor, o lo que más se parecía. Vivían sus vidas entre el trabajo y el estudio y las mentiras consuetudinarias, las de sobrevivencia, pero mientras que para Adrián eran las necesarias para Daniel eran una forma de vida. Envueltos entre sábanas viejas y acompañados por la suficiencia de lo único, llegaron a convivir de cierta manera en una habitación alquilada que les regalaba privacidad y la posibilidad de preparar su vida juntos. Pero Daniel quería más, lo quería todo, no solo las palabras, las intenciones, las locuras, lo quería todo.


Para setiembre, mes en el que ambos cumplían años, las mentiras verdaderas y ese juego estúpido llamado amor habían alcanzado niveles inimaginables. Adrián había anunciado en casa que se separaría y Daniel había renunciado al trabajo. Era claro quién estaba dando más de sí en la vorágine del amor que ambos se habían empeñado en llevar hasta el fnal. Y como muchas historias de fracaso, ésta tiene mucho de irreal, deforme mareo con el que tropiezan los personajes a cada paso que deciden dar. Todos los esfuerzos de la mente por la lucidez se desvanecían entre el látex y las preciosas mentiras que Daniel reservaba para Adrián, muñeco absurdo de ese escenario burdo tramado para terminarlo, destruirlo.


La infamia pudo haberse descubierto esa noche de octubre en la pequeña habitación. Adrián le quiso regalar a su joven amor de diecinueve años la oportunidad de invertir los roles, combinar las carnes para sentir la entrega en otro nivel. Al interior de una pareja, el sexo carece de reglas, patrones, idiomas. Adrián no vio sino amor en los ojos de Daniel, pero la farsa tiene sus defectos, fugas de sensatez, raptos de verdad que no siempre puede manejar ni el más hábil de los timadores. Y en ese momento una carcajada rompió la noche, como parte de una boca negra, la risotada siniestra del animal de fuego fue devorando el amor que Adrián sentía, quemándole lentamente los intestinos.


La mirada que tuvo al frente no era la de su Daniel, la del muchachito flaco y lindo que había conocido en la puerta del supermercado, esos ojos lágrima que tantas veces tuvo cerca, esos ojos labio que tantas veces besó con dulzura, esos ojos cabello que tantas veces acarició en la noche, esos ojos dormidos que tantas veces cobijó en su pecho, simplemente no era real... El choque con esa realidad equívoca fue un hielo puesto bajo las plantas de los pies, fue un frío corte sobre el viejo cansado corazón, un latigazo sobre el alma, vértigo indecible que derribó su inestable armazón de cartas, soplo horrendo de hálito negro sobre la cara oculta de sus labios, cruel y desdichada forma de abrir los ojos demasiado tarde.


Esa noche Adrián amó y murió, para siempre. Y no habrá forma posible en que su alma cansada vuelva a latir, a sentir, a vivir. Daniel consumió sus esfuerzos en regresar el tiempo sin éxito. Los fantasmas siguen vagando por las calles de Lince, esperando que Adrián les muestre el camino, el irremediable y largo derrotero de la soledad, la lenta soledad que negra acompaña su sueño y puebla su vida, la que le hace el amor y lo cobija cada noche. Los ojos de Daniel siguen diciendo mentiras, revolcándose entre llantos y regalos de nuevos tontos útiles que aparecen de noche, sólo de noche, en la puerta de algún supermercado.







Autor del relato : Anonimo

El hermano

A lo largo de nuestra existencia, reunimos personas que significan y significaran el aroma de lo especial, aquellas personas que no podremos olvidar porque su nombre su rostro y su ser, han marcado de una u otra forma nuestras conductas de vida, en esa gran alcancía depositamos la esencia de una diversidad de lo que somos.

Muchos de nosotros asociaremos familiares e ineludiblemente amigos, pero existe un grupo selecto con los que hemos compartido la fuerza interna de nuestra voz, aquellas personas en las cuales depositamos algo de nuestro espíritu con los cuales pretendemos compartir el sabor de su cuerpo y el olor de su sonrisa.

Cerca de mi casa vive mi mejor amiga y su hermano de 29 años, un joven alto de pelo negro tez muy blanca, la practica de karate y natación han hecho de su anatomía muscular digna de estudio, atlético y vibrante, sus dientes son grandes reflectores que al sonreír son capaces de darle luz a un ciego, sus ojos tristes pero hermosos guardan secretos que cualquiera desearía saber, su nariz esculpida por ángeles y su voz electrizante puede cristalizar al fuego, pero es tan melodiosa que puede calmar tormentas, su nombre Arturo.

En mi casa vivo solo, así que consigo refugio y compañía con mi agradable amiga, aquellas tardes y noches en las que solo el sonido de las hojas secas al caer me acompañan, los tres somos jóvenes llenos de emociones suficientemente fuertes capaz de generar electricidad para un tren, soy un joven de 27 años de piel blanca pero muy bronceada por el sol, mis ojos expresan la fuerza interna de mi corazón y mi cuerpo aunque no tan perfecto como el de Arturo es mas delgado pero definido.

Necesitaba esa energía que podía conseguir con ellos así que salí de mi casa a las 8 pm para buscarlos y tomarme un café, camine la cuadra que nos separaba, la noche era clara y brillante a pesar de no haber muchas estrellas la luna descubría las sombras nocturnas que de día se esconden, esas sombras parecían tener relación con las sombras de mi cabeza y con los sentimientos que escondía y guardaba hacia Arturo, en el existía ese catalizador que me atraía no solo a su cuerpo si no a su espíritu, pero a pesar de la intensidad de mis deseos esto no podría ser por los diferentes nexos de amistad que nos unía, su hermana y también por la evidente condición de ser del mismo sexo, ni en el, ni en mi existían señales que nos proporcionara ideas diferentes a ser buenos amigos.

Al llegar a casa de mi amiga, toque la puerta y algunos segundos después quien me atendía e invitaba a pasar era Arturo el hermano de mi amiga.

•Hola Arturo, que tal?, la noche esta clara hoy verdad?

•Hola Kike… si esta clara, pero también fría, pasa, sigue adelante mi hermana no esta, pero adelante espera adentro.

•Gracias, Arturo

Entre a la casa, su hermana no estaba pero nuestra confianza era tal que seguí de largo al estudio encendí el televisor, Arturo se acerco a la entrada de la estancia y me dijo:

•Oye, estaré en la parte de atrás de la casa arreglando un computador de un amigo, estas en tu casa cualquier cosa que necesites me avisas mi hermana no tardara en llegar.

Me instale en el sofá, busque la posición mas cómoda y comencé a ver televisión, canal tras canal, minuto tras minuto, hora tras hora… el sueño me venció y quede dormido, en medio de mi descanso sentí un leve toque en mi hombre y una susurrante voz que me decía:

•Hey… heyyyy Kike, despierta loco

Abrí mis ojos y estaba el allí, Arturo a un lado, conteste:

•Que paso?, me quede dormido….

•Si ya veo, mira mi hermana me llamo hace rato, no vendrá hasta mañana en la tarde se quedara en casa de no se quien?, no me quiso dar detalles, seguro tu sabeeees, jejejeje para mi que es algún novio escondido que tiene.

•No vale, no creo, bueno no se nada, no me dijo…. Jejej será? Que tienes razón Arturo, bueee… es su vida al fin no?

•Si claro, respondió el.

•Creo que me iré… así te dejo descansar

•Uhmmm sabes, si quieres… no se… bueno podrías quedarte acá, ya lo has hecho otras oportunidades me acompañas a cenar vemos alguna película y mañana vas a tu casa te gusta el plan?

Mire la hora eran las 10:30pm, le dije que me parecía genial me levante y fui a la cocina para ver que haríamos de cenar, cuando llegue ya estaba técnicamente todo listo, un apetitoso sándwich me esperaba, detrás de mi estaba el.

•Prepare algo mientras dormía siéntate

Sirvió la comida y nos dispusimos a comer, realmente pocas palabras cruzamos, yo estaba hipnotizando, admirando su belleza y aquel gesto conmigo, nuestras miradas cruzaban fugazmente parecían dos trenes en sentido opuesto cuando se encuentran en un punto de la vía cada mirada llevaba una velocidad que nos permitía vernos por pocos segundos, al terminar de comer me levante le di las gracias por su gentileza en preparar la cena, tome mi plato y luego el de el, una vez que había terminado empecé a ordenar la cocina, el solo se levanto y regreso a la parte de atrás de la casa, luego de terminar en la cocina me dirigí a donde estaba y le pregunte:

•Arturo, donde dormiré?

El estaba de pie frente a una mesa y un montón de circuitos, supuse que era la tarjeta impresa del computador.

•Ehhh… pues no se, tranquilo ve a la habitación de huéspedes puedes dormir en la cama que quieras, estas ultimas semanas he dormido allá porque en mi habitación hay un fuerte olor a humedad, así que tal vez me aparezca en un rato, pero insisto no hay problema toma la cama que quieras.

Eran pasadas las 11 y media de la noche así que subí a la parte de arriba de la casa y me dirigí a la habitación de huéspedes, al entrar vi una cama matrimonial y una litera, pensé en tomar la litera pero como mi amigo me había dicho explícitamente que podía escoger, me fui hacia la mas amplia y cómoda, la cama matrimonial, todas tenían su cubrecama y sus almohadas, me quite la ropa la camisa primero, luego los zapatos, las medias y por ultimo el jean, quede cómodo en mi bóxer y listo para dormir, despeje la cama y entre en ella, cerré mis ojos y pensé que mañana un nuevo día vendría.

Ya había pasado algún tiempo, no sabría explicarles cuanto porque dormía, pero escuche los pasos de alguien que entraba a la habitación supuse que seria Arturo, sentí su calor cerca de mi… pero luego volvió la sensación de frio, se había ido hacia la litera, escuche como su ropa caía al suelo y como la litera rechinaba cuando su peso empezó apoyarse en ella, en medio de mi aturdido sueño pensaba que era la primera vez en la que Arturo y yo dormíamos en la misma habitación y aparte estábamos completamente solos en la casa, miles de deseos me invadieron, pero yo no podía dejar que mis impulsos me controlaran y arriesgar la confianza que había adquirido por toda su familia y especial su hermana, así que debía olvidarme de ideas absurdas y tratar de dormir.

Al rato escuchaba como el se movía de un lado a otro en su cama, como si no pudiera conciliar el sueño, yo estaba renuente a despertar y verlo y mucho menos preguntarle que le ocurría, así que preferí ignorarlo hasta que el sueño me venció, no se cuanto tiempo transcurrió hasta que sentí un cálido aire sobre mi rostro, un aire que iba y venia como una brisa del desierto, no quería abrir mis ojos pero debía hacerlo, así que los abrí lo suficiente como para ver que pasaba.

Cuando abrí mis ojos y mi mirada enfoco, vi como unos dedos dibujaban mi rostro en el aire y vi reflejada mi cara en un par de hermosos ojos que eran los de Arturo, inmediatamente desperté sorprendido levante mi torso contra la cabecera de la cama, Arturo tan solo hizo un gesto de silencio con su dedo en su boca, le pregunte:

•Que pasa Arturo?

•Pasa lo que siempre hemos deseado, siempre lo he visto en tus ojos y a pesar de que yo esconda los míos, se que son mis peores delatores.

•De que hablas?

Con su hermosa mano tapo mi boca, y se monto en la cama encima de mi cuerpo, yo estaba paralizado ante la impresión, su cuerpo cálido y sudado podía sentirlo, era la primera vez que tenia a Arturo tan cerca, haciendo contacto con muchos poros de mi piel a la vez, con mi mano retire su mano de mi boca y lo bese no podía resistirme ante lo que había sido mi sueño de muchos años, el hermano de mi amiga, aquel hombre del que irremediablemente estaba enamorado y no recordaba desde cuando.

Ese primer beso fue una inexorable nevada en el desierto, una avalancha que derretía al fuego y congelaba mi cuerpo, su lengua era una afilada daga que cortaba mi sistema nervioso y me dejaba a su merced, descubrió mi cuerpo y en ese momento nuestros cuerpos empezaban a conocerse mejor, cada extremidad se acoplaba una con la otra como un perfecto engranaje, su lengua helaba mi piel y su inexplicable sabor era al de un campo de arboles frutales, una extraña mezcla dulce era su olor, aquel primer beso estaba llevando nuestros sentidos al máximo, no dejábamos de estudiar cada centímetro de nuestros labios, de nuestra boca.

Arturo continuo besando mi cuello, sentía cada exhalación de su nariz un cálido aire que rodeaba y embriagaba mi cuerpo, con la punta de su lengua dibujaba un camino hasta mi pecho, mientras tanto yo acariciaba su hermoso pelo y su espalda, dibujando con mis dedos las pecas que habían en ella, mis piernas se cerraban aprisionándolo y atándolo a mi, mientras el buscaba mejor acomodo para poner en contacto toda su piel con la mía.

En ese momento mientras, besábamos y acariciábamos nuestros cuerpos le dije:

•Ambos sabemos lo que pasara, no es necesario que te de permiso, ni tu ni yo hemos planificado esta maravillosa ocasión, así que aprovechemos este momento para aflorar eso que tanto hemos deseado.

Levanto su cabeza, sonrió, pero esta vez su sonrisa se transformo en la de un ladrón que había conseguido robar el mejor Picasso del museo y mordió mis labios, su cuerpo tomo forma y se tenso mucho mas, como queriendo demostrar su fuerza y que estaba ineludiblemente atrapado en el, entre nosotros no existían las sabanas solo nuestros cuerpos y nuestra ropa interior, sutilmente Arturo se deslizo a mi ombligo y lo beso, lo olfateo e introducía la punta de su lengua en el, yo seguía acariciando su espalda con la delicadeza de un pincel en el mas fino oleo, sus dientes comenzaron a bajar mi bóxer descubriéndome ante el, y cada vez aquella sonrisa se marcaba mucho mas, pero esta vez la sonrisa era compartida.

Mi bóxer termino en mis rodillas, termine de ayudarlo e hicimos lo mismo con el de el, entre ambos nos desnudábamos completamente, en ese momento sentí como ambos corazones aceleraban su ritmo, el mío por una mezcla de emociones indescriptibles, miedo, pasión, alegría, excitación, pero todas ellas me encantaban, el de Arturo tan solo el lo sabría.

Arrodillados en la cama nos besamos y tocamos nuestros cuerpos, sentíamos en totalidad cada poro como vibraba frente a la belleza del otro, mi pene claramente erecto tocaba el de el que estaba en igual estado, su vello púbico finamente cuidado debido a la natación lo hacia encantador, su tamaño, estructura y color el ideal, además se veía la fuerza que tenia se marcaban un par de venas, que parecían raíces que lo aferraban y le daban la dureza que exhibía. Bese su cuello y con la punta de mi lengua saboree su pecho, hasta llegar a su vientre, el cual tenía un aroma exquisito, una fragancia inigualable, parecía ser un campo de jazmín, que intoxicaba mi cuerpo al punto de necesitarlo.

Bese su vientre sus vellos, sus testículos, olfateaba cada intersticio de su piel, mientras tanto el besaba mi pelo y acariciaba mi espalda, no desaproveche la oportunidad de besar su pene, y con mi lengua hacer un mapa mental de el, mi lengua era una sonda que lo fijaba a mi mente, recorriendo cada espacio existente en aquel hermoso pene, metí mi lengua entre su prepucio y su glande cuyo color parecía el de una rosa fresca un rosado que solo era igualado por sus labios, mi lengua siguió excavando separando la piel de su glande, saboreando cada rincón, mientras el hacia gestos en su cara que evidenciaban placer.

Introduje la punta de mi lengua en el orificio de su uretra, lo hizo retroceder un poco pero luego se acerco, porque la sensación lo había dejado delirando, y empecé a sentir el sabor de su liquido preseminal, transparente que empezaba a lubricar su pene preparándolo para lo que vendría a continuación, mentí todo su pene en mi boca y succione como queriéndome apoderar de su alma, moviendo mi lengua de forma circular alrededor de el, su cara de placer me bastaba para estar excitado.

Me separo de su cuerpo y me levanto hasta su cara me dijo:

•Bésame Kike, me he perdido de ti por muchos años, pero hoy todo ha sido compensado

Nos besamos una vez mas, y suavemente el empezó a dejar caer su peso sobre mi, obligándonos a recostarnos nuevamente en la cama, en ese momento yo ya deseaba tenerlo dentro de mi así que una vez estando tendidos de nuevo, abrí mis piernas dejándolo caer en medio, el se levanto un poco y las tomos con sus fuertes brazos, para pasarlas encima de sus hombros a tal fin de tomar la posición que ambos necesitábamos, mis piernas quedaron suspendidas y su pene mirando hacia mi ano que estaba en dirección a el, acaricio un rato mi zona anal, haciéndole cosquillas con la punta de su pene, mientras reía y se acercaba por periodos cortos a darme besos entrecortados, mientras tanto yo tocaba sus glúteos apretándolos, acariciaba su pecho su abdomen casi perfecto, sus piernas y acariciaba su rostro, en el momento mas inesperado, sentí que algo se abría paso dentro de mi, fue cuando evidencie que ya estaba cogiéndome que se estaba apoderando de mi parte mas vulnerable y que yo estaba muy dichoso de que eso pasara, sentía que era una lanza de fuego que no solo me estaba cortando sino que también quemaba y cicatrizaba mi piel, no aguante y deje salir un gemido, al cual el respondió:

•Ya pasara luego sentirás placer, tranquilo bonito, yo no te haría daño.

El siguió hasta estar completamente dentro de mí, allí se detuvo esperando a que mi ano se acostumbrara y se dilatara, se hecho encima cuidando con sus dedos que su pene no se saliera, beso mi barbilla y me pregunto:

•Estas listo?

Con mi cabeza le dije que si, y en ese momento se levanto y comenzó a darme embestidas que empezaron a tocar mi próstata y me dejaban frio de la mezcla dolor placer que sentía, pero que poco a poco se transformaba en placer, sentía que su pene me perforaba el cuerpo, y ese inigualable calor lo sentía en todo mi cuerpo, mis piernas cansadas bajaron a su espalda, pero allí me abrace como un oso, no queriéndolo soltar ni ahora ni nunca, porque el placer para ambos era infinito.

El seguía dándome embestidas mientras cada vez se hacían mas fuerte, sus manos no dejaban de tocar mi pecho, mientras las mías solo alcanzaban a tocar su cara y mi mente se fijaba en las expresiones de su rostro, luego de una serie de vaivén su rostro cambio con mas intensidad y sus gemidos eran mas fuertes, su cuerpo se tensaba y mostraba su fina complexión, mientras lo tenia y no lo dejaba ir sentí que una cascada de lava ardiente bañaba mi ano, emitió un fuerte sonido desde su garganta y saco su pene de mi, tomándolo con sus mano y masturbándose mientras seguía brotando leche de el, el olor comenzó a inundar el ambiente de la habitación, su leche lleno todo mi pecho y salía por mi ano, se recostó encima de mi a besarme, su semen era un pegamento que nos mantenía unidos, el tomo mi pene y siguió masturbándome mientras me besaba, en realidad yo estaba inmerso en una serie de sensaciones inexplicables que solo podría repetirlas con el. Su cuerpo y sus movimientos encima de mi seguía masturbándome, hasta que el bajo a mi pene y lo metió a su boca en ese momento sentí un cálido abrigo que me cubría por completo, su lengua no paraba de barrer por todo el cuerpo de mi pene, y su boca provocaba una exquisita succión que me hizo llegar al clima y correrme, pensé que el se retiraría pero al contario siguió succionando como un becerrito, me excitaba y me parecía genial lo que ocurría, mi leche llenaba su boca y el estaba dichoso por eso, se acerco y me dio un beso suavecito en mi boca como queriéndome decir, esto ha sido lo mejor que he hecho, cayo tendido en mi pecho, ambos cerramos los ojos mientras nos abrazábamos y hacíamos caricias hasta quedar dormidos y encontrarnos en la mañana.

Cuando desperté, mire a un lado de mi cama y el ya no estaba, sobresaltado por el sueño que había tenido levante mi torso en la cama y lo vi en la litera descansando llevaba puesto su bóxer, mire mi cuerpo y estaba desnudo, el despertó me miro hizo un gesto de silencio con su dedo al llevarlo a su boca y sonrió.


 
 
Autor del relato : Anonimo

desnudo

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